Capítulo 09

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ALEXANDRE

No hay nada más satisfactorio que despertar cuando el sol apenas está saliendo y por el marco que da hacia el balcón ves que tu chica, apenas cubierta con tu camiseta, observa el paisaje, recargada en el barandal.

Merybeth siguió absorta durante varios minutos que me regaló para poder admirar la piel blanca de sus piernas que hacía gran contraste con su alborotado cabello naranja.

De haber estado en una película, la habría alcanzado y quizá tendríamos un encuentro pasional al aire libre, no obstante, lo que no pasan en la pantalla es que el cuerpo humano no está del todo dispuesto para el romance justo al despertar porque, número uno, tenemos mal aliento, y número dos, lo más probable es que nuestras vejigas estén llenas.

Salí de la cama sintiéndome renovado. McNeil, al escuchar el movimiento, volteó espantada, pero se relajó de inmediato en cuanto le lancé una mirada divertida que pretendió ser inquisitiva.

—¿Qué haremos hoy? —preguntó al tiempo que entraba a la habitación. Se veía tan salvaje que por un momento pensé en tenerla cautiva dentro de esas cuatro paredes.

—¿Metiste bañadores en tu maleta?

Asintió con una gran sonrisa.

—No puedo creer que vayas a tenerme en la piscina y no me lleves a conocer el lugar.

Señaló con su pulgar hacia atrás. Había olvidado dos cosas; la primera, que el sujeto con el que hice el trato mencionó una piscina. Y la segunda, que esa mujer era experta en subestimarme.

—Iremos al lago, pelirroja. Si mi intención fuera tenerte en la alberca no necesitarías ni una sola prenda.

Le sonreí de esa forma que, aunque no quisiera admitir en voz alta, sabía que la había enamorado. Y como siempre, miró al cielo.

En cuanto me puse los vaqueros, y ella se metió a tomar una ducha, bajé a la cocina que, para sorpresa mía, estaba bien surtida. No haría nada sofisticado, solo algo que nos diera suficiente energía para un paseo hasta el mediodía; un poco de carbohidratos, vitaminas y proteínas.

Una ardilla brincó al marco de la ventana apenas el olor de las tortitas se mezcló con el aire del exterior. Su nariz brillosa husmeó conforme sus patas daban inseguros pasitos. Ese peludo mamífero me hizo recordar el campamento en Yorkshire y la forma en que Merybeth alimentó a varios de sus congéneres con los snacks que llevé para ambos.

—Ni creas que te daré —amenacé al roedor de ojos oscuros que no hacía amago ni de irse ni de entrar—. No te ofendas, pero si te doy a ti, irás con el rumor y no quiero tener que lidiar con toda tu progenie. Esto no es un comedor comunitario animal, ¿lo entiendes?

La ardilla salió huyendo cuando encendí la licuadora en la que había puesto jugo de naranja, fresas, plátano, unas cuantas moras, miel y almendras.

Un par de manos me rodearon la cintura sin que lo hubiera visto venir.

—¡Creo que tu amigo se fue! —gritó la escocesa para hacerse oír por encima del electrodoméstico.

—No tenías que ver eso. —También elevé la voz. No pasó ni un minuto después de apagar el aparato para que volviéramos a tener compañía.

La humedad del cabello de Merybeth se quedó en mi piel cuando recargó su cabeza contra mi espalda. A los dos segundos me soltó para dejarme maniobrar frente a la estufa y se sentó en uno de los taburetes de la barra.

—¿Por qué no?

—Porque yo no hablo con los animales. Bon appetit! —Dejé frente a ella su desayuno. Mi ego se disparó al cielo cuando emitió un sonido de satisfacción al probar el jugo; no obstante, el gusto no me duró lo suficiente—: ¡Merybeth, no!

Redención [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora