ALEXANDRE
El sábado descubrí que había sitios para visitar en pareja y sitios para visitar con amigos. Giethoorn pertenecía a la primera categoría.
No me malinterpreten, adoraba a los chicos, solo que no satisfice mi necesidad de McNeil como era debido y, mientras navegábamos en una de esas góndolas públicas, no pude evitar pensar que prefería mil veces estar en la cabaña, besando cada parte de su piel desnuda.
Miré en su dirección. Platicaba con TJ al tiempo que le daba vueltas a un mapa de la región. Se había trenzado el cabello y no se había puesto ni una gota de maquillaje porque salimos de la cama demasiado tarde.
Sigrid, a quien tenía justo enfrente, puso su propio mapa en la diminuta mesa de madera que nos dividía. Tenía varios puntos encerrados con plumón rojo.
—Estos son los museos cercanos —comentó, señalando cada sitio que decía—, restaurantes, el Parque Nacional, rutas ciclistas...
—Tienes todo preparado —se mofó Robert en la mesa contigua, sonriéndole cómplice.
—Hay un tour privado que dura todo el día; incluye un viaje al Museo Kröller-Müller y luego un recorrido por la localidad —anunció orgullosa—. Veríamos obras de Van Gogh, y las dunas y bosques del Parque Nacional Veluwe. Pero hay un inconveniente y es que el museo está a una hora; no está en Giethoorn, propiamente hablando.
—Lo único malo —intervino Lucas a mi lado, sin despegar la vista de su celular—, es que es muy solicitado y las reservaciones se acaban en segundos. El siguiente que podríamos pedir es dentro de tres días.
Al final optamos, por sugerencia de Robert y Lucas, rentar una balandra y recorrer el lago Bovenwijde. Claro que tampoco fue como lo llegué a imaginar años atrás. Para empezar, el barco era en extremo pequeño, las velas estaban a punto de romperse y las chicas no estaban en bikini, tomando el sol en la proa, mientras nosotros nos turnábamos el timón con cerveza en mano.
Comimos en la embarcación los bocadillos que los demás fueron a buscar cuando Robert y yo nos inmiscuimos en el trámite de renta; el tour del Kröllen-Müller quedó olvidado y por eso nos enfocamos en los museos locales.
A pesar de las objeciones de Robert, el sitio terminó gustándole tanto que propuso prolongar la estadía. Esa noche fuimos a un centro nocturno en el pueblo contiguo y, como todo fue de último plan, mi chica ofreció la cabaña para que no tuvieran que buscar hotel. Eso, más que molestarme porque no podríamos tener privacidad, me alegró porque la confianza entre ellos iba en aumento; y eso se pudo notar por la forma en que seguía las bromas de los demás y la independencia para convivir con ellos sin recurrir a mí o a nuestro tiempo juntos para sacar su propio tema de conversación.
El domingo por la mañana recorrimos la villa en bicicletas, justo después de desayunar; visitamos el museo De Oude Aarde y el Giethoorn 't Olde Maat Uus; compramos queso, artesanías, una geoda y collares de amatista para Clarisse, Charly y la abuela.
El siguiente en elegir el próximo destino fue TJ; dijo que necesitaba un par de días para planear bien su ruta, así que tendríamos un poco de paz en Ámsterdam para salir a conocer la localidad. Eso nos benefició a Merybeth y a mí porque pudimos contactar con el historiador, o bueno, con el chico que cuidaba su estudio.
El miércoles once de noviembre fuimos a las afueras de la universidad Erasmus, en Róterdam; estacionamos el auto que rentamos al último minuto, justo frente a una casa pequeña de techos inclinados en la calle Oudorpweg, y nos preparamos mentalmente para cualquier imprevisto o desilusión.
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Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...