MERYBETH
De la cabeza de Alex manaba un río de sangre. Si bien sus ojos verdes mostraron que en su mente sopesaba la mejor forma de salir de esta, pronto se dio cuenta de que no teníamos ninguna posibilidad. Graham me tenía entre sus brazos y aquel sujeto lo sostenía a él, en espera de algo.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Alex. Apenas si se le entendió.
Graham emitió un sonido gutural de disgusto.
—Así como tú husmeabas en mi cabeza —respondió sin interés.
—¿También con él? —Señaló al irlandés.
Sabía que en ese momento el cómo era irrelevante. No le interesaba en absoluto, solo quería comprarnos un poco de tiempo; y la mejor forma era mantenerlo hablando.
Traté de mover mi mano para acercarla al estómago de Graham sin que este viera la sospecha en mis intenciones. Solo necesitaba una oportunidad para hacerlo sin fallar en el intento. Solo una.
—Con él fue diferente. Algo que no te interesa, por cierto —Me ciñó con más fuerza y perdí lo poco que había progresado.
Tenía que intentarlo. Debía siquiera hacer un esfuerzo por más que el pánico me instara a quedarme inmóvil; si Alex, que estaba en mayor desventaja lo hacía, yo también era capaz. Respiré profundo y traté de hablar a pesar de que sus dedos me seguían cubriendo la boca. Lo hice de forma tan tranquila y conciliadora que Graham se confió.
—Espera, creo que mi mujer trata de decir algo —anunció tan condescendiente como sardónico. Quitó la mano de mi boca, pero no me soltó, solo me rodeó el cuello con el antebrazo. Con una dulzura que me causó náuseas, prosiguió—: ¿Decías algo, querida?
Traté de no vomitar al sentir sus labios de textura extraña muy cerca de mi oído. No podía verle la cara, aun así, no dudaba del destello de desquicio que centelleaba en sus ojos.
—Libre albedrío —dije como pude. Su agarre no dejaba que el aire pasara como era debido—. Estás haciendo que él piense que quiere ayudarte, ¿no?
Distráelo, Beth, me dije a mí misma, busca la forma de moverte.
Volteé a ver a Graham; el que nuestras bocas quedaran a escasos centímetros, fue suficiente aliciente para que su concentración fluctuara.
—¿Por qué no le damos un poco de entretenimiento antes de que muera, cariño? —susurró seductor—. También lo quieres, ¿verdad?
El metal en mi mano ya había perdido su frialdad y ahora estaba a la misma temperatura que mi cuerpo. Traté de palparlo con discreción, en busca del botón.
Sentí el sopor con el que iniciaba mi necesidad de él, solo que esta vez más fuerte que antes. Era como una caricia aterciopelada en mi cerebro que me hacía sentir incompleta, que me instaba a buscar eso que me haría sentir satisfecha, plena...
Si no actuaba rápido, las cosas podrían ir muy lejos. Giré mi torso hacia él con más libertad de la que esperé encontrar. La confianza del doble me hizo preguntarme si en verdad sería capaz; si sonreía de tal forma era porque tenía las de ganar; después de todo, quizá no estuviera dormida, pero sí cansada y había bebido alcohol. Mi mente era más maleable en esas condiciones.
Alexandre, me repetí tantas veces como me fuera posible. Debía aferrarme a algo estable con todas mis fuerzas.
A pesar de que mis ojos buscaron los labios suaves que se iban acercando lentamente a los míos, mis dedos fueron más rápidos. Apreté el diminuto botón que activaba la navaja italiana que minutos antes recogí para que no estuviera al alcance de los que peleaban. La cuchilla, que salió a gran velocidad, se incrustó en el abdomen de Graham.
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Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...