MERYBETH
La cena con los Tremblay transcurrió mejor de lo que creí. Debo admitir que al principio el silencio fue incómodo, pero conforme se abrió esa brecha fue más fácil conversar. Supongo que fue gracias a que Gerard abordó un tema que le resultaba familiar; no sabía qué es lo que había estudiado al salir de la secundaria, sin embargo, los negocios le quedaban como anillo al dedo.
Charly se inmiscuyó en la charla apenas su padre me preguntó sobre mi experiencia en la Universidad de Glasgow. Y aunque los ojos verdes de la chica se interesaron bastante, me percaté, por los comentarios de Gerard, que lo menos que esperaba de ella era una de las universidades de la Ivy League.
Cuando ellos dos se enfrascaron entre los pros y contras de Harvard, Dartmouth, Yale y Princeton, aproveché para ir por Alex. Hacía unos cuantos minutos que una súbita ansiedad por no verlo se había filtrado en mi sistema.
Nuestro encuentro fue algo extraño. Percibí cierta nostalgia en su abrazo, como si estuviera profundamente triste. Sin embargo, no quise presionar para que hablara sobre lo que sentía.
La cuestión era que quería respetar su duelo y, al mismo tiempo, alejarme de él. No me sentía con el derecho de llorar una muerte que en lo único que me afectó fue que alejó espiritualmente a Alexandre de mí. Porque sí, seguía haciendo sus bromas recurrentes, planes especiales, y en general me seguía tratando con cariño; pero noté cierta reserva en sus lapsos ausentes, una necesidad de intimidad en la que yo no estaba invitada.
Para cuando nos sentamos a la mesa, el debate se fraguaba entre dos bandos, las ocho antiguas contra Oxbridge. No dudaba que en varios minutos se dejaría atrás a las primeras para retomar la eterna disputa entre Oxford y Cambridge.
Por supuesto que Alex no mostró ningún interés; en vez de eso, se concentró en explicarme lo que estábamos comiendo y la clase de alimentos que me esperaban en su país. Me dijo el nombre de la carne curada con judías y patatas que deleitábamos esa noche, pero lo olvidé en cuanto mencionó varios platillos más, la mayoría en francés.
De la gastronomía pasamos a las historias de los objetos en el recinto; por ejemplo, la gran araña del techo que casi rompe cuando trató de jugar con uno de sus amigos al fútbol americano y el balón entró por la ventana desde el jardín; el jarrón en una esquina en el que solía esconder frituras, la vitrina que sirvió como chalet de invierno para las muñecas de su hermana, y la vajilla que hizo añicos la primera vez que le tocó poner la mesa para Navidad por sí solo.
Escuché atenta esos recuerdos que me narraba con tanta emoción al tiempo que me sostenía la mano por debajo de la mesa. Su pasado no era lo que yo me había imaginado.
El postre, unas deliciosas galletas de menta con chocolate, fue el momento más ameno. Gerard se veía renovado; su semblante lucía tranquilo, y hasta cierto punto alegre. Vagamente me pregunté si así sería en el día a día; las dos veces que lo había visto quizá no habían sido sus mejores momentos; en la primera había tenido una discusión con Alex y se veía colérico; y en la segunda había recibido la noticia de que su primogénito sería interrogado por la muerte de su doctora, así que la preocupación no me permitió ver a esa versión que lo convertía en un hombre común y corriente.
Tampoco mentiré diciendo que en un parpadeo se transformó en el padre ejemplar, puesto que se aisló considerablemente cuando Charlotte comenzó a hacernos preguntas personales. No obstante, prestó atención a nuestras respuestas y dejó que la adolescente se regocijara en su curiosidad.
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Redención [Saga Doppelgänger]
Paranormal«Merybeth, por ahí dicen que somos la suma de pequeñas cosas. Nuestro presente, quienes somos, no es más que la acumulación de momentos efímeros que parecieran insignificantes, pero que no lo son. ¿Qué tanto modifica tu destino un beso en Roma? Me c...