Contigo

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El mundo desapareció en solo un segundo

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El mundo desapareció en solo un segundo.

Desde que el primer aliento entro en sus pequeños pulmones y se anunció al exterior con un fuerte quejido, sintió como el tiempo se detenía y lo sumía en un extraño trance. No había ni médicos, ni enfermeras y menos su abuelo; era él y su pequeña. Cuando la recibió en su pecho supo que el dolor, el insomnio, el sudor y las lágrimas había valido la pena, escuchar como Nadezhda dejaba de llorar y guardaba silencio en el momento en que sus manos se posaron sobre su cálido cuerpo, le entumeció los huesos. Ella volvió a soltar un quejido y giró con torpeza su cabeza, buscando con sus manos donde agarrarse de su joven madre.

—Hola —Susurró Yuri muy suave, buscando con sus orbes esmeralda el rostro de su pequeña. Ella pareció escucharle y abrió los ojos en su dirección. Yuri sonrió y forzó a su garganta para devolver el nudo que allí se había formado, el primer encuentro visual que compartió con su pequeña lo envolvió en una cálida atmósfera, se dio el tiempo de mirarla con un cariño inigualable, embelesado por la preciosa criatura que lo miraba.

Las pelusas oscuras que cubrían su cabeza no eran tan lacias como se caracterizaba en su cabello, mientras pasaba sus dedos sobre estos, limpiándolos un poco, se torcían en sí mismos. Los profundos orbes que su niña poseía lo hacían temblar y caer, sus ojos, dotados por el cielo nocturno, se escondieron en sus parpados y volvió a soltar una queja antes de seguir durmiendo como si no quisiera asumir su nueva realidad.

Con temor a que su cachorra estuviera hecha de cristal, posó sus labios en su frente y la besó. Volvió a buscar su rostro para apreciarlo una vez más, algo que jamás en su vida se cansaría de hacer. Aún estaba roja, sucia e hinchada, pero conocía a la perfección los rasgos que poseía. La nariz chata, el divertido modo en que sus orejas parecían despegarse de sus costados, la forma de su mentón y la manera en que sus ojos se delineaban, creando así dos pequeñas almendras; No cabía duda, aquella niña era de Otabek.

—Yuri –Pudo escuchar la voz de su abuelo con claridad solo porque estaba muy cerca de su oído, él también se había acercado para mirar al nuevo integrante de su familia –Yuri, deben llevársela.

—¿Llevársela? ¿A dónde? —El miedo a que le quitaran a su hija lo alteró, fue su matrona quien se acercó a él y con suavidad habló para calmarlo.

—Hay que pesarla, medirla y vestirla. Todo está bien Yuri, solo serán unos minutos –Los ojos del Omega se humedecieron cuando sus manos se posaron en el cuerpo de la niña, de inmediato él la rodeo con sus manos protegiéndola —Yuri, está bien, prometo traértela de vuelta lo antes posible.

La mujer estaba consciente de lo difícil que sería eso, el lazo que unía a un Omega con sus cachorros era algo un poco más complejo que la relación madre-hijo de una mujer beta. Fue paciente, convenciendo al joven de darle a la niña y hacer su chequeo, uno que no duró más de 30 minutos y que fue constantemente seguido por la impaciente mirada de Yuri.

36 contigo, 36 sin ti. [Otayuri] ~Omegaverse~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora