Mi pequeña y hermosa casa de mentiras, mi agradable maldición...
Viví subestimando mis límites, y por creerme inmortal acabé con un secreto que a mis espaldas pesaba demasiado.
Cociendome sonrisas en la cara para mantener la casita perfecta.
Abrazando de forma caprichosa mi cuerpo para protegerme de mis pesadillas...
Sucumbiendo en la horrorosa realidad de esta casita de cristal.
Tan impecable, tan limpia, tan perfecta.
Tan despreciable, tan vil, tan soberbia.
No quiero que nadie más entre al juego de la casita perfecta, quiero que vuelen lejos antes de que la casita robe sus colores.
No quiero a nadie más sucumbiendo en este horrible lugar...
No quiero escuchar otro:
Bienvenido a nuestra casita perfecta.
En las horas que me quedan de vida. . .