Tramposo

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Arthur Kirkland era un tramposo.

Sinceramente,Martín no podía creer que el inglés abusase de una de sus debilidades; ¡Y lo peor es que lo hacía tan bien!

Ronroneó placenteramente ante el tacto del rubio, no quería que se detuviera,aunque ello llevara a grandes consecuencias...sobre todo estando en público, ¡Dios!, ¡Debía controlarse y dejar de suspirar! Miro de reojo el rostro del inglés, lucía sonrojado pero con una sonrisa petulante en sus labios.

Tramposo.

Que el argentino le mostrase afecto en presencia de otros era una cosa,pero que Inglaterra lo hiciera...No le disgustaba, ¡Pero lo hacía verse tan sumiso! ¡Para colmo, en las narices de su propia gente!Escuchó varias risas de sus pobladores.

En este paseo por las calles de un parque de Buenos Aires, Martín Hernandez, aprendió varias cosas:

1.No avergonzar (demasiado) a su pareja con sus muestras (excesivas) de amor en público.

Alsentarse, en este caso, en un banquito; no recostarse sobre laspiernas del inglés,sonrojándolo y provocándolo aún más, porque éste tomaríarepresarías.

Y vaya que lo hizo.

Martín,comprendió, finalmente, que no servía de nada detener al inglés,(tampoco es como si tuviera intenciones de hacerlo) y tampoco es que vaya a poner en práctica lo aprendido.

Acomodó su cabeza sobre las piernas de Arthur, quien se sorprendió, pero continuo con sus acciones.

El argentino volvió a suspirar, las caricias del rubio eran increíblemente tiernas y delicadas, lo adormecían. Y si a eso sumamos que le encantaba que le acariciaran el pelo, era la combinación perfecta.

Besó levemente los labios del contrario.

El atardecer cayó, y aún seguían en la misma posición: dándose mimos.

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora