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—Ya es intolerable —. Arthur dirigió sus orbes verdes,destellantes de furia y tristeza, hacia Martín, quien sólo lo miraba confundido.


—¿Eh? —Parpadeó —¿Qué queres decir, Arthur? —Intentó acercar el paraguas hacia el empapado inglés, pero éste lo rechazo.Argentina se sorprendió y frunció el ceño. No le estaba gustando para nada su actitud.


El argentino, nada más se cruzó de brazos, esperando a que su pareja se dignara a darle, por lo menos, una sensata explicación.


Arthur exhaló fuertemente, procurando que su enojo no le impidiese actuar de forma razonable e impasible. Al menos en apariencia, claro está.


—¿Cuál es la excusa ahora? —. El latino parpadeó confuso —.Explícame el motivo de tu tardanza.


Martín sintió como se le subía la bilis por la garganta.


—¿Vos me estas hablando en serio? — Cuestionó incrédulo —.Fueron diez minutos nomás, Arthur, no rompas las bolas con eso.


—Cuida tu lenguaje, no pienso hacer una escena en medio de la calle —. Pronunció en voz baja, un tanto incómodo por las miradas curiosas recibidas.


This is England, nobody with cares you—. Sentenció el argentino con sorna, las mismas palabras que alguna vez le había dicho Arthur —. Además, lo decís como si alguien entendiera lo que digo. Me vale verga, lo que quiero entender, y no puedo, es tu actitud de mierda para conmigo.


—¿Actitud de mierda, decís?—Inglaterra no podía creérselo —. Martín, sabes que odio la impuntualidad, y-


—Fueron diez minutos, nada más, che—Interrumpió. Comenzaba a exasperarse...y a exasperalo.


—No es sólo hoy, ésto viene desde hace rato y es cansador. Sabías que ésta cena era importante para mí...¡Y aún así sos un irresponsable!


—Eh, para, tanto quilombo vas a hacer por tu reinita, boludo —Martín chistó, sin medir sus palabras.Hacía rato que no podía pasar tiempo con su amado, todo por culpa de esa señora.

Y aquí estaban, discutiendo,nuevamente, por una causa de ella.


—Cuida tus palabras —. Sentenció furioso —Sí, es mi reina. Y si ella está dispuesta a conversar con nosotros, y se enoja por tu tardanza, la voy a-


—¿No te das cuenta que nuestras últimas discusiones han sido por causa de ella? —Arthur se quedó sin habla —. En serio, si es por lo de la tardanza, perdón. Pero,no discutiré por ella.


—Tú la mencionaste.


—Sé que ese es el motivo principal de tu enojo, suelo llegar siempre tarde, no tendrías porque enojarte.


—Llegué a un punto en el que tu actitud me hartó.


—A vos te harta todo en algún momento —. Exhaló fuertemente —. Mira, Arthur, no tengo ganas de discutir —. Comenzó a alejarse de aquel sitio, sin saber a dónde dirigirse.

Sólo tenía en mente relajarse.

Arthur rió cinícamente.

—Ahí está otra actitud que me harta de ti —. Habló con aquella postura arrogante e impiadosa —. Como siempre, vas a marcharte, a putear y lamentar todo sin hacer nada al respecto —Le dirigió una mirada soberbia —. Bueno, bien dicen que la gente hace al país ¿No?


Y al instante, quiso morderse la lengua.


Atónito por sus propias palabras,contempló a Martín; la mirada que éste le devolvió lo hizo estremecerse.


Esos ojos verdes, tristes, perdidos.


Deseaba que Martín hablará, pero bien sabía que no diría nada. Lo había herido.


Y aunque el inglés no quería que fuese así, pudo leer los sentimientos de Martín, en aquellos ojos de hojas marchitas, pudo percibir aquel dolor que, pocas veces, solía aflorar en el argentino.

Aquel dolor aceptado: la resignación.

El latino comenzó, nuevamente, a alejarse de aquel lugar. No le iba a resultar bien quedarse en Londres.


Mientras tanto, el dolor en el pecho de Arthur era insoportable, ojalá que aquellos ojos no le delataran el final.


"Y si todo de mí te harta, la mejor solución es no discutir más".


"No vernos más".

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora