Mañanitas

913 94 16
                                    

—Cinco minutos más...—Gruño Martín, enrollándose con la cubrecama hasta la cabeza, para impedir el reflejo de la luz.

Arthur bufó: la mayoría de los días era lo mismo. Argentina siempre decía "En cinco minutos", ¡Todo giraba alrededor de "cinco minutos! Aún cuando ya era tarde.

—¡Arriba! —Exclamó, tirando de la cubrecama, desenrollando de ella a Martín, quien cayó al piso;articulando un recitado de palabrotas y maldiciones al inglés, que simplemente, salió de la habitación.




—Listo, me voy —. Avisó el argentino, agarrando las llaves que se encontraban en la mesita ratona, y besaba, brevemente, los labios del inglés.

—¿Eh?, ¿Otra vez, no vas a desayunar? —Inquirió algo molesto.

—No, voy tarde, igual comó algo en el camino o cuando llego —. Inglaterra, no creía mucho en eso;varias veces, Martín, se salteaba el desayuno o comía a las apuradas. Todo por levantarse tarde.

—Pero, te preparé el mate, amor—Declaró Arthur. El argentino, le clavó la mirada sorprendido, no era muy usual que el europeo le preparase la infusión. Éste último,se encontraba algo sonrojado, y colocó el matero en la mesa; Martín,resignado se sentó junto al inglés dispuesto a compartir el desayuno, le dio un sorbo a la infusión.

—Muy amargo, perfecto para comenzar la mañana —. Sonrió, dando su veredicto.

—Come ésto, es dulce —. Le dijo el de cabellos platinos, extendiéndole unas galletitas con mermelada.

—Mmmm, yo sé de algo más dulce—Posó sus labios sobre los de Arthur, quien sonrió, en un beso pasional.

Y así, Martín, llegaría tarde nuevamente.






Arthur, despertó al sentir los finos rayos del sol que se colaban por la ventana en su rostro, por eso, y porque sintió la cama fría.

Recordó que era Domingo, y Martín siempre se levantaba temprano para ir a comprar facturas y bizcochitos recién hechos. El inglés suspiró con un sonrisa:realmente, el hecho de no querer levantarse temprano los días laborales y hacerlo sin problemas un Domingo, al principio le parecía ridículo, luego, comprendió que era completamente diferente el levantarse para hacer frente a las obligaciones, que levantarse para comprar algo rico.Cuando terminó de prepararse un té y el mate,llevándolos a su habitación y su pareja regresó para compartir juntos el desayuno en la cama, entre facturas y bizcochitos, besos y caricias, no pudo hacer más que reafirmar sus pensamientos.

Y claro, la vida nunca había sido tan dulce.

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora