Despacio

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Despacio, suavemente.

Movía sus labios sobre los de aquel joven rubio, lento, casi como una caricia. Notaba que Martín poseía experiencia en ello; seguramente, no tanto como él, pero la tenía,probablemente, sea culpa de aquel bastardo de Francia y de los casanovas italianos. No importaba, se aseguraría de retener en los labios americanos el sabor de los suyos. Y nada más.

Acarició con su lengua, pidiendo entrada, a lo que el latino se negó para molestarlo, sonriéndole en medio del beso.

«Dios, maldito mocoso» Pensó Arthur. De igual manera, sonrió ladino. Es por eso que aquella colonia (que muy pronto dejaría de serlo) lo volvía loco; no caía enseguida bajo las garras del inglés, como lo hacia cualquiera,cualquier mujer, cualquier hombre, cualquier tesoro. No. Estaba acostumbrado a obtener todo como y cuando quisiera y con Martín era diferente.

Era apasionante y peligroso, casi obsesivo.

Arthur le acarició la nuca, mientras que el latino le permitía la entrada a su cavidad bucal, en un beso francés, creando una frenética y caliente danza.

Martín envolvió sus brazos en el cuello del inglés y éste le acarició el cabello.No sabía por qué, pero su instinto le decía que aquellas caricias eran una autentica derrota para el sureño.

Le demostraría como era caer bajo el Imperio Británico.

Esparció sus besos desde la comisura de la boca del joven y se detuvo en su cuello; se relamió los labios y le plantó un beso húmedo, luego, sopló sobre él. Un escalofrío sacudió el cuerpo de Martín y Arthur se sintió victorioso. Se posicionó sobre él, admirando los sonrojos y la sensualidad que desprendía la imagen de Plata.

Sin embargo, todo pasó muy rápido.

El rubio del rizo lo atrajo, plantándole un beso húmedo y caliente, palpando con su lengua; luego, empezó a repartir besos en el rostro y cuello del inglés, quien estaba sorprendido. No creía que Martín llevase las cosas tan rápido, le gustaba aquella inocencia que desprendía, pero ésta faceta no le desagrado en lo absoluto: si Plata quería eso, él se lo daría.

Ambos, se besaban con lujuria, el rubio, mordió levemente el cuello del mayor,arrancándole un jadeo, Arthur se sintió morir, Dios...¿Cómo puede ser que un simple puberto lo haga sentir así...sin control sobre su cuerpo ni sus acciones?

Se miraron, contemplándose con deseo y revancha...Aunque en los ojos de aquel temido pirata parecía haber algo más...¿Amor?

El inglés, sin dar crédito a sus pensamientos, y no soportando más aquel combate de miradas, volvió a besar al sureño, hambriento. En su cuello, besos mojados y leves mordeduras.

Martín, tomó por los hombros a Arthur, dirigió los labios hasta su oído, respirando y besando aquel sitio.

Arthur, volvió asentir escalofríos en su cuerpo, intentando retener algunos sonidos escapándose desde su garganta.

Martín sonrió ladino.

—Suerte —. Le susurró, para luego irse.

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora