Lectura

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Ya habían pasado cinco horas.

Y Martín, seguía concentrado en su lectura, bajo la mirada inquisitiva del inglés, quien suspiró y fue hacia la cocina a prepararse su té, después de todo, ya era la hora.

Mientras colocaba agua en la tetera floreada y la ponía a hervir, contemplaba al argentino: tan absorto en su lectura. No era como si le resultase extraño, sabía que  el sureño dedicaba, al menos, cinco horas a perderse entre páginas de novelas,tanto nacionales como internacionales. Aunque era más recurrente verlo leer libros de su país.

El europeo, varias veces lo acompañaba en la lectura, inclusive de pequeño, solía contarle cuentos o inventarle algunos; jamás pensó que a su ahijado se le pegase más el hábito de leer que a él-que sí, se dedicaba leer a alguna que otra novela, pero ni siquiera llegaba a terminarla, además de ser los que dedican menos horas-.

Terminó de calentar el agua, preparó dos tacitas de té y se acercó a Martín, viendo como éste sonreía nostalgicamente, se preguntaba qué estaría leyendo.

Argentina, notó la presencia de Arthur y aceptó la bebida con un ademán de gracia, sonriente.

El inglés, se sentó en uno de los sillones, mientras que el País del Sur seguía con su lectura. No aguantó más.

—Martín

—¿Mmm?

—Quiero que me leas.

El argentino, levantó la vista,parpadeando un tanto sorprendido. Luego, esbozó una sonrisa.

—Ya estoy terminando, Arthur.

—Pero, me gusta cuando me lees,Martín.

El nombrado, largó una risa dulce. Recordaba que esa misma conversación la tuvo de pequeño con Arthur,solo que con los papeles invertidos.

Dio un sorbo a su té, cerró el libro para leer el título, ante la atenta y cálida mirada de Arthur.

—"Los dueños del mundo".



Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora