Paciencia

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—Es tu culpa, che.

—Dejame en paz, Martín.

—Eh, para un poco, loco. No te la agarres conmigo; ¿Quién te manda a molestar a la mexicana?

—Primero no la moleste, segundo tú no estás en una situación diferente a la mía.

—Primero, sí, la molestaste.Empezaste a quejarte demasiado de su comida: Nunca te metas con la comida de un mexicano —. Vertió agua en un vaso para beberla,tenía la garganta seca —. Segundo, yo ya estoy acostumbrado.Total, siempre le hincho las pelotas y siempre me transforma en mujer.Ah, y por cierto, llámame Martina, Alice —Finalizó con una sonrisa burlona.

La inglesa le dirigió una mirada de reproche, y volvió a verse en el espejo: Su cabello ahora era largo atado en dos colitas; aunque su cuerpo seguía igual, es más, al parecer como hombre tenía más curvas. Negó con la cabeza,desechando esos pensamientos, ante la mirada confusa de Martina.Decidió ducharse para despejarse.

—Che, ¿Y vos no podes revertir la magia de Itzel? Ya que tanto te molesta —. Gritó la argentina desde la habitación principal.

—¡Por supuesto que me va a molestar!—Exclamó irritada, desde la ducha —. Y no, no puedo. La magia de los mexicanos es diferente a la mía. Supongo que podría intentarlo, pero...no puedo asegurarte nada —. Dijo, a lo último con voz finita, sonrojándose. Pues recordaba las veces de sus hechizos fallidos, o como estos habían empeorado las situaciones.

Martina suspiró, lo mejor era esperara que la magia se disolviera sola, a lo mucho, tardaría una semana.

Además, debía admitir que Alice era muy bonita.

No estaría de más experimentar cosas nuevas.

Se levantó de la cama, dispuesta a bañarse junto a su pareja, hasta que un grito le cambió las planes.

—¡Estoy sangrando!

La argentina, largó una estruendosa carcajada, abrazándose a su vientre, en un intento de calmarse.

—¿Qué? ¿N-no sabes lo que es una menstruación, boludo? —Le dificultaba hablar entre risas.

—¡Claro que lo sé!, ¡Pero es diferente saberlo a vivirlo! —Vociferó exasperada, lo que aumentó al escuchar las risas de Martina —,¡No te rías! —Gritó, con voz llorosa.

La sureña, se limpió sus ojos lagrimosos por las risas.

—Che, Alice, cálmate, iré a comprarte toallitas. No te asustes —. Le dijo, con voz suave.Esbozó una sonrisa al imaginarse el rostro sonrojado de Alice con un puchero.

La latina, salió de la residencia que compartían en Inglaterra, para ir a un mercado y comprar lo necesario.

Largó un suspiro y miró hacia el cielo nublado.


«Con que ésta era la idea de Itzel, eh».Suspiró nuevamente,esperando poder sobrellevar con mucha paciencia aquella situación.

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora