Probablemente

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—Yo te enseñé a hacer el bizcochuelo, ¿No te acordas acaso? —Inquirió el inglés, un tanto ofendido.

Martín lo miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Había estado a punto de preparar un bizcochuelo, hasta que el inglés interfirió, siendo que el primero le dejó bien claro que no solicitaba para nada su presencia en la cocina.

—Sí, es verdad, vos me enseñaste—Articuló seriamente, sin cambiar su postura —. Pero, que me lo hayas enseñado de pequeño, no quiere decir que yo lo prepare ahora de la misma forma. Además, no sé el resto de los ingleses, pero a vos hasta tus propios postres te salen mal —. Espetó duramente.



Arthur se sorprendió ante la actitud tan dura de Martín, y solamente, apartó la mirada. El rubio del rizo, pareció darse cuenta del tono en sus palabras. Suspiró y se restregó las manos por el rostro, en un acto de cansancio.

Sabía que el inglés sólo quería ayudar, probablemente extrañaba al pequeño y dulce Plata, pero él ya no era así. Aunque podría intentar ser un poco menos...exasperante en algunas situaciones.

—Está bien, cocinemos juntos—Intentó relajar su expresión.

—No hace falta que sientas lástima por mí, Martín —. Ahora el tono de Arthur era frío.

El argentino lo observó detenidamente por unos instantes, no iban a comenzar una discusión por aquella estúpidez.

—No siento, ni jamás sentiría lástima por vos, no digas boludeces —. Volvió el ceño fruncido—Sólo reflexioné, y está bien que me quieras ayudar, solamente que yo lo preparo de manera un tanto diferente.

Inglaterra, lo escudriñó con sus orbes verdes, para luego relajarse. Está bien.

Si su pareja lo deja intervenir lohará.

No hace mucho que llevan viviendo juntos, deberán hacer la convivencia más amena. De lo contrario, se matarán.

Martín se dirigió a buscar algunos ingrediente faltantes, le mostró a Arthur el vainillin, diciéndole que era para endulzarlo aún más. Éste último no objetó, sin embargo, le preguntó por el relleno.

—Mmmm, no suelo ponerle relleno, pero cuando lo hago es de dulce de leche —El inglés lo miró expectante, no era que no le gustase el dulce de leche, pero...

—Está bien, podemos rellenarlo con tu mermelada de frutillas —. Sonrió el argentino, adivinando los pensamientos del contrario.

—¿Estás seguro?

—Sí, lo estamos haciendo juntos, que contenga ambos sabores. Además...—Sacó el frasco de mermelada de una de las alacenas, y se acercó al inglés —. Me gustan las frutillas.

—Pues obvio, si son de tu cosecha,muy deliciosas —Confesó Arthur, sonrojándose al instante. Martín se sorprendió y luego esbozó una dulce sonrisa. Abrazó a su pareja por la cintura, uniendo sus manos para proseguir haciendo la mezcla.El inglés se sonrojó aún más, mientras que el sureño colocaba el rostro sobre su hombro izquierdo, abrazándolo más.

Martín, agarró una cuchara y la introdujo en el frasco, para luego, posarla en los labios de Arthur y éste degustase la mermelada.

Pusieron la mezcla en el horno, una vez terminada, cortaron, lo que ahora era un alimento esponjoso, por la mitad, para rellenarlo con aquel dulce de fresas.

Ya estaba listo.

Era una tarde muy lluviosa, común en Londres, por lo que ambos disfrutaron de un reconfortante té, junto con su preparación.

—Es una combinación exquisita, al final, no has perdido tu toque, Arthur —. Argentina le guiño.

—Resulta mejor cuando lo preparamos juntos, ¿Verdad, amor? —Expresó el inglés con una sonrisa tierna.

El argentino sonrió, y colocó un trozo del bizcochuelo en su boca, insinuándole al inglés para que lo mordiera, quien lo hizo. Para luego unirse en un beso,entrelazando sus manos.

Probablemente, Martín, permitiría que Arthur participase en la cocina, aunque sólo en la sección de dulces.

Probablemente, sólo un poco.



Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora