A veces

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Y a veces era así.

A veces el silencio inundaba el espacio, el silencio incierto y desconocido,frío e insensible; de esos silencios que agobian a Arthur e inquietan a Martín.

Sin embargo, pese a el estado gélido y amargo que se establecía en el ambiente, era mejor que el silencio continuara por un lapso, el que fuera necesario. Ya que no valía la pena romper el hielo, si eso nada más provocaría una inundación. Más incierta, más desconocida, más fría...

Es entonces, en esos momentos, cuanto Martín se aleja del sitio silencioso, pasa las manos por su rostro en un gesto de cansancio, suspira por el mismo motivo, y se va.

Arthur, permanece durante un par de minutos en la misma posición, hasta que algo lo incite a levantarse, de lo contrario no lo hará.

Y ninguno hablará.

Y a veces era así.

A veces, era mejor que ninguno diga nada, porque no iban a dialogar, iban a prepotear y a reclamar...Y así no servía, no valía la pena amargarse más.

Por eso, aunque pareciera que el silencio se burlaba de ellos, por ahora era un invitado, punzante e irónico, un invitado sin un buen recibimiento.

A veces era así.

Y otras veces no.

En esas veces, en las que alguno preparaba un té o mate al otro, en las que al ver dormido al otro lo arropaba, en las que esperaban al que el otro llegase, en las que se miraban a los ojos...


Es entonces, en esos momentos, que el silencio es buen acompañante, que ya ni siquiera necesita invitación.

Treinta días en nuestras vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora