#23: Aika y un regalo

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No sabía qué cojones hacer. Muchas de las opciones no estaban lejos de mi alcance, como tirarme de un puente, meterme una bala en la cabeza, cortarme las venas, romperme el cuello cayendo por las escaleras... Todo eso me parecía demasiado atrayente desde que me tuve que quedar esperando otra vez para pasar a ver a mi hija. 

Estaba sentado en la silla de plástico otra vez, mirando a la nada y haciéndome crujir los nudillos todo el rato, sacando de quicio al quisquilloso de Deidara. 

- Ya puede pasar- llamó una enfermera desde la entrada a la sala de los nenonatos.

Respiré hondo antes de levantarme sin mirar a mis amigos. Y cuando entré en la calmada habitación llena de bebés y vi el nombre "Aika" en una cuna a la par que la misma mujer que me había llamado sacaba al bebé de su cuna, ya tenía la solución a la culpabilidad que pesaba sobre mis hombros: mataría a Aika y acabaría con la raíz de todos mis problemas.

Pero no podía hacerlo así como si nada, delante de la matrona. Esperaría a un momento de despiste para fingir que se me caía de los brazos. Inhumano, puede, pero en esos momentos no pensaba con claridad.

Sonriendo, la mujer me dejó a la pequeña en brazos, y yo la tomé con cuidado, recordando a Kira. Me mordí el labio para evitar volver a llorar y le quité lentamente la manta del rostro. Quería verla a los ojos antes de acabar con su vida, como ella había hecho con Akari. 

Sin embargo, apenas ella abrió sus ojitos para mirarme curiosa, mi corazón se retorció y recuperé la nitidad en mi mente al descubrir la inocencia y la oculta alegría que brillaba en sus pequeños ojos, de un hermoso color anaranjado mezcla de mis rubíes y los topacios amarillos de Akari. Era hermosa, de unos pequeños cabellos negros, y tenía una expresión muy parecida a la mía, reflejada en una carita parecida a la de Akari. Simplemente me odié en ese momento por haber pensado apenas dos segundos antes en matarla injustamente.

Aika no tenía la culpa de lo que había pasado, y ahora tras nueve meses me daba cuenta de mi tremenda ceguera. Demasiado tarde para pedir disculpas. No podía creerme que había estado a un pelo de asesinar a mi hija, a mi descendencia, a lo que el amor entre Akari y yo nos había dado. Me sentí cruel, bruto, insensible, desalmado, todos los adjetivos negativos que se sepan hasta nuestros días. 

Rendido ante su brillante inocencia, me senté en uno de los sillones que allí había y no pude retirar en ningún momento mi mirada cristalina de la de ella. Tardó poco en revolverse para sacar un bracito y ponerse a moverlo en el aire como si estuviera espantando una mosca, buscando algo que agarrar con su diminuta mano enrojecida. En un sentido paternal, levanté mi mano y le acerqué mi dedo índice hasta que lo agarró y se lo quedó mirando de una forma que me hizo sonreír conmovido. Antes de poderme dar cuenta, ya lo había soltado y se había dormido otra vez, ahora entre mis brazos. 

Antes, no veía el momento de acabar con ella. Y ahora...

No veía el momento de llevármela a la residencia.

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Arreglado todo entre el hospital y la Universidad, una semana después de su nacimiento pude llevarme a la pequeña Aika a casa. Durante el trayecto, todos no dejaban de comentar que tenía la misma expresión amargada que el padre, por lo que a medio camino ya había dado más collejas de las que daría en toda mi vida (okno, eso no se lo cree ni él XD). 

- Ya nos han facilitado la cuna, la ropa, las mantas...- dijo Pain al llegar a la residencia-. Te ayudaremos a cuidarla, no te preocupes por eso. Tenemos todo lo necesario, sólo que no sabemos mucho del tema...- se rascó la nuca avergonzado, riendo nervioso.

- Muchas gracias, chicos- sonreí en un suspiro, mirando luego a la pequeña que se estaba despertando en mis brazos-. Anda, alguien quiere saludar a sus tíos.

- No debería decirlo, pero es la viva imagen de Akari y tú, Itachi- sonrió Deidara, sabiendo que yo aún estaba sensible por la muerte de mi chica. 

- Ya lo sé- me limité a sonreírle al rubio, lo que lo dejó mudo. Reí antes de irme arriba para ordenar algunas cosas y preparale el biberón a Aika. Ya le tocaba. 

Al bajar, se la dejé a Madara mientras me iba a la cocina con la bolsa de los biberones, preparándolo rápido y yendo a dárselo, pero mi primo mayor insistió en dárselo él, así que me limité a darle el gusto. Total, yo la había alimentado toda la semana que había estado en el hospital, ya era hora de que los demás también disfrutaran de la nueva niña de la casa Akatsuki.

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- ¿Y esto?- me rasqué la cabeza al llegar a la residencia tras las clases, unos días después, y encontrarme un paquete envuelto en papel rojo con un lazo negro en medio del salón. Todos se hundieron de hombros.

- Cuando llegamos estaba aquí, pero no quisimos abrirlo hasta estar todos- explicó Kisame, rascándose también la cabeza-. Yo creo que es la guitarra que Hidan pidió por Internet.

- Se supone que me llegaba la semana que viene, pero cuanto antes mejor- explicó el Jashinista sonriendo, acercándose a la caja y parpadeando al leer en voz alta la nota-. "Espero que no os moleste este pequeño presente por la muerte de Akari. Shirohebi no Orochimaru". ¡Ya no puedo más con la tensión!

Histérico, Hidan arrancó el lazo negro y lo arrojó lejos mientras destrozaba el papel rojo, todos mirándolo expectantes. Cuando por fin abrió la tapa de cartón de la caja, su contenido literalmente se presentó de un salto en medio de la alfombra, dejándonos a todos en el sitio y con un paro cardíaco general.

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Akari

- No creíais de verdad que os ibais a librar tan fácil de mí, ¿verdad?- sonreí de oreja a oreja, jadeando por la falta de aire. Miré mal a Hidan-. Podríais haberte molestado en abrir la caja desde que llegó Itachi, casi no tenía aire ahí dentro.

- ¿A... A... A... Aka... ri...?- tartamudearon todos. Me reí de buena gana, llena de vitalidad.

- No morí, bobos, simplemente quedé en coma. Lo que le dije al médico que os dijera antes de que me desmayara fue que estaba muerta, porque quería daros la sorpresa. Sabía que iba a caer en coma, pero no por cuánto tiempo. Al final fueron sólo tres días, pero tuve que recuperarme del estado esquelético en el que estaba y...

No pude terminar la frase. Como una manada de energúmenos todos mis amigos, los diez, se me echaron encima gritando y acabamos en el suelo como si fuéramos un equipo de rugby celebrando la victoria. Casi muero aplastada, pero conseguí sacar la cabeza antes de perder otra vez la respiración. 

- ¡Quitaos de encima o moriremos todos!- grité a duras penas, sin saber parar de reír, loca de alegría por volver con ellos. 

El arranque de griterío fue tal, que un grito en la planta alta nos hizo callar a todos. Me levanté lentamente, mirando hacia las escaleras, y yendo muy despacio hacia ellas para comenzar a subirlas mientras el llanto seguía oyéndose desde mi habitación. 

Tragué saliva antes de atreverme a abrir la puerta y tuve que respirar hondo para contener las lágrimas cuando me acerqué a la cuna que volvía a estar en su sitio, me asomé y vi una carita más desarrollada que cuando la vi por primera vez. No pude evitarlo: al coger a Aika en brazos, algunas lágrimas cayeron sobre su ropita mientras la calmaba. Dejó de llorar y fue cuando me miró, y más lágrimas cayeron. 

- Akari...- lloraba alguien en la puerta. Lloré aún más fuerte cuando alcé la vista y vi a Itachi sonriéndome conmovido. 

Corrió hacia mí y me dio un fuerte pero delicado abrazo, cuidando de no dañar a nuestra pequeña. Yo lloraba, él lloraba, la niña aún era muy pequeña para hacerlo, pero de ser consciente de todo lo que había pasado, de seguro ella también lloraría.

- Siento mucho haberte hecho sufrir tanto, pero no pude evitarlo- sonreí mientras me secaba las lágrimas. 

En ese momento sobraban las palabras. Ahora estábamos todos: los Akatsuki, Aika y yo. Las piezas volvían a encajar en el puzzle. 

(En la foto, el color de ojos de Aika c: )

Atrapada con los AkatsukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora