Viajando En El Tiempo

Edgar Allan Poe III

  - Bueno querida, creo que necesitarás una habitación para esta noche- Y tan tranquilo, Edgar Allan Poe me ofreció una habitación y una cena, no demasiado nutritiva, algo que espero solucionar pronto, por el bien de ambos.  

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Mr. Poe no me dejó ayudarle a limpiar la pequeña y más que modesta cocina que tenía, así que me retiré a una de las habitaciones que me había dejado. La casa era terriblemente vieja y las corrientes de aire te cortaban la respiración. Me puse un jersey, y recordé todo lo que había pasado con Holmes, la situación se parecía, no mucho, pero lo suficiente como para recordarme una punzada de ¿dolor?, no era eso, era un sentimiento diferente, decepción tal vez. No quería recordar eso, parecía que había pasado una eternidad desde aquel primer viaje... Un sentimiento alarmante me sorprendió, y si viajar en el tiempo había influido en mi aspecto físico... Salí corriendo a mirarme en el espejo del baño... Y allí estaba, eran mis ojos, con unas profundísimas ojeras, capaces de competir con las del poeta. Mi cara, mi cuerpo, ¿qué edad tenía?. Eran más de veinte seguro, era imposible que hubiera cambiado tanto sin darme cuenta, pero era cierto, yo no me sentía como al principio del viaje, el cambio no solo era físico. Y yo estaba terriblemente asustada, había perdido tal vez casi diez años de mi vida en tan solo unos meses. Porque yo llevaba viajando solo unos meses ¿no? 

Que confuso todo... Unos pequeños toques en la puerta me hicieron salir de mis pensamientos. -No quisiera ser inoportuno, señorita, pero ¿se encuentra bien? Créame, he visto a muchos enfermos a lo largo de mi vida, y no se ofenda, pero usted luce como uno de ellos.- Terminó entreabriendo ligeramente la puerta, lo suficiente como para que pudiera ver su gesto para acompañarme de vuelta a mi habitación. 

- No tengo mucha leña, pero tal vez con esta, pueda calentarse algo. Hoy hace especialmente frío. - Me enterneció su gesto atento, había dejado un poco de leña y dos pedazos de carbón en una cesta al lado de mi puerta. Ni siquiera se había atrevido a pasar dentro, pese a ser su propia casa. 

- Oh, no hace falta de verdad, me he visto en situaciones peores, quédesela esta noche, yo tengo algo de dinero ahorrado, mañana saldré y aportaré algo para los gastos.

-De ninguna manera - torció el gesto, casi ofendido- Es usted mi invitada y- 

-y nada - le corté- está siendo demasiado amable, y para mí sería todo un honor contribuir a que siga escribiendo esos relatos.- Entonces su gesto mudó a uno de extraña felicidad 

- ¿Ha leído mis relatos?

-Y sus poemas

Sus pálidas mejillas se sonrojaron e hinchó el pecho orgulloso, bendito orgullo de escritor, eso le salvaría en más de una ocasión, aunque al final sería su mayor trampa.

Al final decidimos que el mejor sitio para el fuego, sería su despacho, allí calenté un poco de café, y cada uno en un extremo de la mesa, disfrutamos de ese silencio tan placentero, que solo existe de en la madrugada. 

En un punto de la noche, Edgar se recostó ligeramente en el escritorio y se quedó dormido, o eso es lo que me pareció a mí. Me acerqué y retiré la taza, a medio terminar. Quité una de las mantas que tenía encima de mi cama y se la puse sobre los hombros. 

Me alejé, sin saber, que sus ojos miraban adormilados mi figura alejándose por el pasillo.

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Aquella noche pasé frío, pese a llevar jersey y camisa. En mitad de la noche, entre las brumas del sueño, distinguí el peso de una manta y una pequeña caricia en la mejilla, a partir de ese momento no pensé más en el frío.