Capítulo 2☆

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Luke Coleman:

He marcado el número de mi padre unas diez veces como mínimo, necesito hablar con el pero siempre que lo llamo me manda al buzón de voz. Esto no es raro en él (el ignorar mis llamadas o cualquier forma de llamar su atención) desde que tengo memoria ha sido así. Siempre he querido que pase tiempo de calidad conmigo, que me demuestre que me ama o que está orgulloso de mi, que me trate como trata a su primogénito el perfecto Doctor Connor. Pero no soy Connor y nunca lo seré y se preguntarán ¿Por qué? Pues sólo hay una respuesta para eso.

Siempre seré el hijo bastardo, fruto de una infidelidad, de una relación fuera del perfecto matrimonio de los padres de Connor, el segundo en importancia y por eso el invisible ante sus ojos.

Como todo matrimonio perfecto los Connor tenían que guardar las apariencias y que mejor manera de hacerlo que darme el apellido y decir que era hijo de ambos. Y la "mejor" idea de todas (propuesta por Marie Coleman, mi madrastra) era mandarnos a mi madre y a mi lo más lejos posible; a Inglaterra para ser exacto.

Pase dieciocho años de mi vida, viviendo bajo la sombra de los Coleman. Cuando las personas preguntaban por mi en sus lujosas fiestas, ellos decían que estaba en un internado muy prestigioso en Inglaterra y que por esa razón no estaba con ellos. Algo que estaba totalmente alejado de la realidad. Ciertamente vivía en Inglaterra, pero estudiaba en un colegio público y vivía en un apartamento que de lujos lo máximo que tenia era la calefacción.

Por ser un bastardo la madre de Connor no le permitía a mi padre gastar más de lo necesario para mantenerme vivo. ¡Como odio a esa bruja!

Pero esas limitaciones no impedían a mi padre revolcarse con mi ingenua madre, que hasta su último día de vida guardo las esperanzas de ser la señora Coleman. Algo que nunca pudo lograr, porque el cáncer de seno fue más rápido y acabo con su corta vida de treinta y seis años (sí, mi padre la dejo embarazada a los dieciocho años) y por esa razón estoy aquí. En contra de mi voluntad estoy en un continente que es desconocido para mí, lleno de lujos que no siento míos y con personas que no siento como familia. Mi única familia era mi madre y la única persona que amaré seguirá siendo ella.

Decido marcar una ultima vez con la esperanza de que esta si conteste. Odio ser insistente y suplicarle a Jeremías Coleman pero no voy a soportar vivir en esta mansión de mierda ni un día más. Suena dos veces y al tercer tono salta al buzón de voz.

—¡Maldición!— estampó contra la pared el iPhone que me dio Connor como regalo de bienvenida; no me importa si lo hice pedazos, me tiene sin cuidado. Al fin de cuentas ya soy "un maldito cajero de billetes Coleman" y romper un estúpido teléfono solo hace cosquillas en sus cuentas bancarias.

Me lanzo en mi cama y me quedo observando el techo blanco de esta gran habitación. Mi vida esta como ese techo, en blanco y vacía. Me siento ajeno a este lugar; estoy perdido y tengo que encontrar la manera de salir de aquí y no tener nada que ver con esta familia "perfecta".

Observo mi reloj de muñeca y da las 8 en punto. Eso solo significa un cosa: llegará la estúpida niñera que me quiere imponer Connor, en su intento de ser el mejor hermano mayor. Según el, necesito hacer amigos para poder acostumbrarme a este lugar y así lograré divertirme. Lo que no entiende es que no quiero nuevos amigos. Yo tenía amigos en Inglaterra y ellos me alejaron de todos.

Me levanto de golpe al escuchar que tocan la puerta y me acerco para abrirla. Delante de mí esta Olga, la molesta ama de llaves, quien me mira con su eterna mirada de desaprobación, como si algo en mi estuviera mal (lo cual me tiene sin cuidado en realidad).

—¿Qué quieres?— pregunto sin interés (aunque sospecho el porque de que esté en mi puerta).

—La señorita Kuznetzova lo ésta esperando en la cocina— dice con un tono tan formal y correcto que me da asco.

Fugaz como el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora