Armin es el primogénito y único heredero a la corona de la familia Arlert. La vida que sus padres quieren para él es despiadada y calculadora, pero él solo desea jugar y disfrutar su infancia con su mejor amigo, Eren. Sin embargo, el destino separar...
—Te pedí mis estanterías hechas de Sándalo, no de Agar. ¿No prestaste atención a mis instrucciones? —demandó el chico elevando la voz.
—No es eso, mi rey... Seguramente lo leí mal y terminé confundiéndome...
—Supongo que tienes totalmente claro que no te pagaré absolutamente nada. Eres un maldito inútil.
Los extensos pasillos del palacio real eran recorridos por su soberano dueño y un mercader ansioso. Habían estado discutiendo el tema desde hace ya dos horas, todo comenzó cuando su majestad se dio cuenta que la textura de sus estanterías de lujo recién llegadas era completamente diferente a lo que estaba acostumbrado. Inmediatamente mandó a llamar a su ayudante, pidiéndole investigar la situación y traer al mercader responsable de aquella severa falta. El joven monarca se sentía burlado, nadie debía osar a enfrentar a la realeza.
—¡Majestad, por favor! ¡Necesito el dinero!
—Debiste pensar en eso antes de cometer tal estupidez —El monarca de ojos azules se volteó quedando frente a frente con el hombre. Siendo imponente al lucir su diaria y enigmática vestimenta, misteriosa e intimidante.
Aquel hombre podía ver a través de esos furiosos ojos, sus miedos más profundos. Su rostro no lo podía divisar, ya que la mascarilla negra y la capucha lo impedían, sin embargo, aún así podía saber que el rey estaba completamente colérico.
—Ahora lárgate y no te vuelvas a presentar nunca más por aquí —sentenció dándole la espalda.
—Pero majestad, por favor escúcheme —Aquel hombre de treinta años tomó al rey por sus ropas mientras suplicaba por ser escuchado, pero utilizó tanta fuerza al tirar de su indumentaria que terminó por destapar su cabello, dejando al aire una reluciente cabellera rubia intensa—. Mi-mi señor, perdóneme por favor, n-no era mi intención... —El impacto de su acción le causó una tremenda conmoción. Grave error.
Para suerte de Arlert, ambos se encontraban solos en el pasillo. Inmediatamente se volvió a colocar la capucha y sin mirar al hombre que se encontraba detrás, habló— Sígueme, por favor —dicho esto, su majestad comenzó a caminar a paso rápido en dirección al trono, lugar donde se encontraban sus sirvientes aguardando por él y el mercader. Había tomado una decisión.
Al llegar, avanzó lentamente hasta su trono y se sentó en este con mucho cuidado. Sus guardianes tomaron al hombre y lo llevaron frente al rey, haciendo que este se arrodillara frente a él. Hannes captó la mirada intensa de Arlert, y este le hizo un pequeño gesto, pasando su dedo alrededor de su cuello; Hannes entendió inmediatamente la indirecta y se acercó a Erwin, un fiel espadachín de la guardia real.
—Mi señor... —murmuraba el hombre de rodillas, comenzando a sollozar producto del miedo irremediable que había comenzado a sentir, ¿y cómo no? Tratándose de Armin, cualquiera en sus zapatos haría lo mismo
—¡Erwin!
Al escuchar el grito de su señoría, el hombre armado de cabellos dorados se acercó a gran velocidad al centro del recibidor, posicionándose detrás del mercader, desenvainó su espada y de una sola estocada decapitó al comerciante enfrente de todos los presentes. La cabeza rodó tres pies en dirección al rey, su cuerpo cayó inerte, manchando de sangre la selecta alfombra color rojo.
—Limpien este desastre —Y con esta última orden, Arlert se retiró.
Sus frágiles memorias eran llenadas de remotos recuerdos de su niñez. En ocasiones se preguntaba qué fue lo que pasó para que terminara siendo quien era actualmente, pero si buscaba varios años atrás siempre encontraba la respuesta, por lo tanto, no se sentía arrepentido de nada.
Cuando cumplió doce se volvió un chico más frío de lo común, dejó de comunicarse, de expresarse, dejó de quejarse por tener que usar esas prendas que lo encubrían. Su corazón se volvió frío, al igual que su mente. Dejó de sentirse triste, aceptó su realidad y comenzó a vivir con ella.
A sus quince años sus padres realizaron un viaje de negocios al país del sur, en aquel viaje ambos fueron emboscados, les robaron todo lo que traían consigo y no siendo suficiente, les quitaron la vida como premio. Armin fue obligado a tomar el trono que le debía corresponder, ya que no había más familia con sangre real, su único tío que habitaba el sur de Erdia había fallecido hace poco, y de todas fromas, William había dejado toda su herencia al pequeño. No derramó una sola lágrima al enterarse de la tragedia cuando esta ocurrió, al contrario, aquel incidente hizo que su personalidad se endureciera mucho más de lo que ya estaba, en esos tiempos pensó que convirtiéndose en una persona vil e inhumana no volvería a sufrir ni a temerle a nada, sería fuerte y se mantendría firme siempre hasta el día de su muerte, pero al pasar los años muchas características más se le fueron sumando. El actual rey de diecisiete años se había convertido en un chico caprichoso y hasta infantil. Adoraba los muebles finos. Todo lo que cruzase su imaginación ya era suyo. De los años que llevaba reinando Erdia, el dinero nunca había sido una preocupación, y a quien se le ocurriera revelarse ante su majestad perdería la cabeza.
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Su imagen se volvió completamente prohibida, quien se atreviese a despojarlo de sus prendas para descubrir su rostro sería degollado. El palacio real era un lugar muy peligroso, muchas personas detestaban al rey, y los ataques improvisados a la residencia siempre estaban ocurriendo, sin embargo, jamás se ha llegado a él, puesto que nadie conoce su rostro.
Y así fue, como el infante de mirada dulce se convirtió en el traidor inhumano que gobernaba Erdia.