28: La revolución está aquí

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El amargo sabor del jarabe hizo estragos en su garganta, aun así, se mantuvo con calma, pues ya sabía que el horrible sabor duraría solo un par de minutos en su boca.

—Eso es... no debes dejar de tomar la medicina, al menos hasta que pasen las tres semanas que dijo el doctor, tu estómago necesita recuperarse.

—No me regañes, Zeke —habló la mujer con dificultad, a pesar de que ya no le costaba tanto hablar como antes, se le seguía dificultando, aunque en menor medida, al menos ya podía mantener una conversación fluida—. Sé lo que necesita mi estómago, y es comida, no químicos buenos para nada.

—No digas eso, haz que el gesto de Eren haya valido la pena, él también está muy preocupado por ti —El hombre de los Fritz tomó el frasquito del medicamento y lo guardó en la mesita de noche de su madre—. No sé por qué le eché la culpa de nuestra mala vida por tantos años, él solo fue una víctima más del codicioso de Grisha y su asquerosa esposa. Aún no puedo reconocerlo como mi hermano, pero, le estoy dando la oportunidad de ayudarnos, porque lo necesitamos, y porque él lo hace de corazón.

Dina no podía creer lo que escuchaba, jamás imaginó el momento en que su hijo mayor y su hijo menor se encontraran y se relacionaran como lo que siempre fueron. Hermanos. Aunque no bastaba verse un par de veces o mantener una conversación convencional, ella sabía que para que ese lazo se completara debía pasar tiempo, pero esto ya era un comienzo. Su corazón se llenaba de alegría y paz al saber que su pequeño hijo, del cual fue separada, estaba bien; estaba sano.


—Eren —nombró el mayor confundido sin saber a qué se debía la visita de Jaeger.

—La-lamento mucho llegar así, es solo que... me he marchado del palacio —dijo con voz baja, como si ni siquiera él pudiera creer lo que acababa de decir—. Ya no tengo a dónde ir, pero si prefieres que me mantenga lejos lo entenderé —Estaba nervioso, Zeke lo podía detectar, pues el más bajo evitaba todo contacto visual que pudieran llegar a tener, incluso, a los ojos de Zeke, Eren le temía.

—Ven —Zeke lo tomó del brazo, y con un golpe en la espalda lo adentró a su humilde y pequeño hogar—. No podría dejarte solo ahí afuera, después de todo yo también tengo un buen corazón.

Eren se sorprendió al escuchar aquello, más no dijo nada, no encontraba las palabras apropiadas tampoco. La casa de los Fritz siempre estaba tan fría, y conservaba la ineludible humedad, la cual se daba por los añejos materiales de la construcción, los cuales también estaban en un deplorable estado.

Zeke cerró la puerta, y le pidió a Eren que tomara asiento en una de las pequeñas sillas que había en la sala de estar. El olor que inundaba la habitación venía de las            Margaritas secas que había en un pequeño florero en uno de los muebles de la sala de estar, y este, se mezclaba con el fuerte olor de la humedad, y terminaba disipándolo.

—Zeke —dijo una voz ajena. Eren inmediatamente se volteó buscando al emisor, y para su sorpresa, vio sobre el umbral de una habitación a una mujer particularmente especial—. ¿Quién era? —Jaeger estaba boquiabierto, pero su expresión no fue nada comparada con la de su progenitora luego de que esta posara los ojos sobre él. Sus ojos mostraban completa conmoción, y sus manos temblaban de la impresión. La mujer sabía que su pequeño hijo había pisado su hogar durante el periodo en que su estado físico había empeorado, pero lo que estaba viendo, era como un sueño, incluso así, jamás se imaginó volver a ver al pequeño que crio y educó con tanto amor en tiempos difíciles.

—Yo... —comenzó Eren poniéndose de pie, más no pudo continuar con ninguna frase, ya que Dina se había abalanzado a él como pudo. Él recibió su cuerpo y lo rodeó son sus fuertes brazos.

Flor Del Mal | EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora