* Prólogo

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23 de febrero de 2017. Filadelfia, Pensilvania, USA.

El día se siente deprimente, lúgubre, casi al punto de reflejar en cada una de las nubes que adornan el grisáceo cielo, mis inherentes emociones. El color ciertamente me desconcierta; pero sin importar cuán desanimada estoy, continúo manejando hasta la farmacia más lejos de casa que he encontrado en el Google Maps. Pensé que sería una mejor idea comprar lo que necesito para sacarme de estas terribles dudas en un lugar donde no haya periodistas insoportables que, sin importar mis verdaderas razones, saquen conclusiones indeseadas acerca del por qué estaba en dicho establecimiento.

A mi lado se encuentra Katherine Miller, una adolescente que se hace llamar mi mejor amiga y que, sin lugar a duda, se gana dicho mote. Nos conocemos desde que estábamos en el vientre de nuestras madres, y por concerniente, ellas también tienen una fuerte amistad.

Kate toma mi mano con delicadeza, transmitiéndome un poco de tranquilidad en un gesto tan sencillo como ese. La observo por unos cuantos segundos antes de seguir con la mirada en la carretera. Su cabello rubio platino está, como es usual, perfectamente peinado en una trenza de lado, lleva una sudadera color amarilla que resalta mucho con su tono de piel y con sus grandes ojos azules; no lleva maquillaje, algo que me tomó por sorpresa cuando fui a recogerla a su casa, y solo está usando unas humildes zapatillas Crocs. Creo que no le di el tiempo suficiente para arreglarse como solo ella sabe hacerlo. Con su estilo característico de una modelo de pasarela.

Trago despacio cuando noto el letrero de una cruz roja que ocupa casi toda la puerta de la pequeña estancia, y dentro de la misma, estaba el nombre de la farmacia con letras curveadas y atrayentes. No me detuve a leerlo, creo que no era muy necesario teniendo en cuenta qué hacía en un lugar como este y en qué circunstancias me encontraba. Los dedos de Katherine se entrelazan con los míos una vez más y con su mano disponible agarra mi mentón con toda la dulzura que es capaz de ofrecerme. Entonces, con su mirada rebosante de preocupación, con un brillo particularmente desconocido para mis ojos, me di cuenta cuán nerviosa y temerosa debe estar ella también por los posibles resultados que tendría de la prueba de embarazo que dentro de poco iba a comprar.

Tengo un retraso en mi periodo de un mes. Al principio, lo tomé con demasiada naturalidad al tener en cuenta que mi ciclo menstrual ha sido irregular desde que me formé a los once años; pero, desde hace unos días vengo experimentando unas terribles náuseas, vómitos constantes, mareos y muchos síntomas más que me habían alertado de una posible criatura creciendo en mi vientre. Así que, mi única opción asequible fue recurrir a esto.

─Vamos, Mía. Sé que esto es difícil, pero tenemos que hacerlo si queremos salir de dudas. ─asiento sin decir palabra alguna; estoy segura de que, si abro la boca al menos un segundo, vomitaré todo lo que comí hace menos de tres horas. Se me revuelve el estómago de solo pesarlo.

Me bajo del auto, mis piernas temblando como si fuesen gelatinas, y llego con lentitud hasta la entrada del establecimiento. Kate es paciente, no me presiona ni mucho menos me juzga. Solo está ahí para mí como toda buena amiga haría en un momento como este.

─Tengo tanto miedo... ─le susurro, cuando sus dedos están a nada de abrir la puerta. Ella me sonríe con sus facciones finas y gentil. Siempre la he admirado por eso. Katherine no solo es bonita físicamente, sino que tiene una personalidad que deja encantada a cualquier persona que la conozca. Es confiable, hábil y tiene un corazón bondadoso.

─Lo sé, hermana. ─me da un corto beso en la frente, relajando un poco la tensión en mis músculos. La amaba tanto─. Estoy aquí para ti.

─Gracias, Katherine. —agradezco con sinceridad. Entramos sin más interrupciones. El lugar por dentro es acogedor, limpio en cada esquina que posara mi mirada y se siente agradablemente cálido. Hay un olor en toda la habitación a fármacos y a cajas de medicamentos. Por instinto, mis músculos se relajan al ver a una señora de mediana edad sonreírme detrás del mostrador, e inmediatamente me encuentro devolviéndole el gesto. Mi amiga se acerca y yo la sigo.

Baby Boy! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora