5 | III: Tan lejos como ella se lo permitiese

21 3 0
                                    

Luego de arreglar su cuarto, Gianny se dirige a la sala y ve sentada a una anciana de cabellos claros observando el paisaje, contemplando una escena congelada en el tiempo. Varias veces al día, ella se asomaba esperando el momento en que la guerra acabara, siempre guardando bajo su pecho un poco de esperanza. Algo curioso, se acerca a mirar fuera de la ventana. Observar el ocaso desde allí era como apreciar una pintura hecha por la misma naturaleza.

—¿Quieres continuar con las fotos, pequeño? —le preguntó, sin despegar la mirada del mar.

—Abuelita, eso no se pregunta. Sabes que siempre estoy dispuesto a escucharte —la anciana sonríe.

—Ven, recuéstate —Gianny tomo el almohadón y cómodamente se sentó en aquel mueble tan grande como su amor por la anciana de cabellos claros.

—Cuando tenía tu edad, o quizá menos, crecí aquí, cerca del mar. ¿Recuerdas la primera foto que te enseñé? La tomó mi madre. Convenientemente, estábamos muy cerca del mar, de modo que siempre salíamos y jugábamos con toda la arena del mundo bajo nuestros pies.

Al voltear hacia su nieto, ve cómo se ha quedado profundamente dormido. Ella sonríe y lleva su mano hasta su cabeza. Todas sus energías se conservan en el impecable orden de su cuarto. Se levanta, va hacia una habitación y regresa con una foto enmarcada. Fue de las primeras fotos que pudo imprimir.

—Mi madre no hablaba mucho. De hecho, mi infancia fue marcada por la falta de un ser que hasta ese entonces nunca había conocido. Mi madre habló de él una sola vez, después de eso, se deshizo de sus fotos y sus recuerdos; despidió ese pasado dejándome con muchas dudas qué aclarar. Lo único que pude rescatar de allí fue esta fotografía. No es la mejor de todas. Es decir, no es una foto que querrías colgar en la pared al momento de adornar una habitación. Pero, ¿sabes? Esta foto es lo más parecido que tengo a un tesoro. La verdadera belleza está en los recuerdos que me trae, en las mil y un veces que llegué a contemplar el paisaje que ahora puedes ver desde esta ventana, aun cuando faltaban muchos años para añadir la extensión donde iría tu actual habitación. Era la cabaña más pequeña de todo el pueblo. Era el hogar que cualquier tormenta llevaría consigo sin mayor esfuerzo, y así lo llegué a amar.

Estuvo unos segundos sin pronunciar palabra alguna, observando a su pequeño dormir.

—Y quizá —retoma del silencio—, una parte de la belleza de esta foto se encuentra escondida en cómo una chica allí, existiendo sin saber el motivo, usaba su imaginación para viajar tan lejos como ella se lo permitiese.

Eternas MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora