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«Al fondo, bien al fondo, entra en escena un niño con un peculiar piano negro y blanco».

—Hayrí, el correo.

—Ya voy, mamá.

La chica revisa lo que han dejado debajo de la puerta. Hay dos cartas, dos revistas y un periódico. Camina hasta la sala, cargando el encargo con dificultad, hasta que, de reojo, ve cómo se desliza una carta de más; frunce ligeramente el ceño.

«El niño del piano se sienta, respira y empieza a entonar con delicadeza».

Después de dejar el correo hasta la mesa principal, Hayrí regresa para ver aquella carta, y nota una mezcla peculiar de perfumes; uno de jazmín —el suyo— y el otro del que no recordaba el nombre, pero sí quien lo usaba. No termina de convencerse hasta que lee el inicio que decía: «Para Hayrí».

«El niño ha comenzado a entonar con mayor firmeza y pasión; va desde las escalas más graves, hasta las más agudas sin detenerse en ningún momento. Realiza una pausa tan impredecible que da a notar un silencio ensordecedor; y él se mantiene tocando una tecla, solo una».

Antes de comenzar a leer, se dirige a su cuarto, cierra la ventana y se acuesta en su cama. Vuelve a oler la mezcla de fragancias y sus ojos —sus hermosos ojos— se fijan en la carta.

«El niño parece recordar a alguien mientras toca. El reflejo de una sonrisa resplandecía en la lágrima que acaba de deslizarse por esa delicada mejilla».

«Hayrí, la vida me concedió el deseo de conocerte, y contigo encontrar aquello que hasta ese entonces me era distante, además de la calidez del amor en un beso. Y quizá no escriba ahora todo lo que siento; quizá no sé qué escribir, cuando no siento; quizá me siento sin sentir, y sin sentir, no hay sentido escribir. Pero no. Escribo porque siento; siento ahora más que nunca. Que dejo parte de mi alma en cada letra de esta carta. Siento que te quiero, sí que siento eso».

«Todas las luces se han ido, excepto en un rincón, en que un niño que era ciego, al que le donaron un corazón, no ha dejado de entonar con dedos y alma, con sonrisas y alma, con lágrimas y alma».

«Hayrí, querida, te tuve durante tan poco, pero no me olvido de tus ojos, de tu sonrisa, de tu peculiar forma de caminar, de tu cabello peinado y despeinado(yo era quien lo despeinaba), de que intentaste preparar pastelillos aquella tarde y sólo conseguiste más carbón para la noche; que en tus momentos grises, te acurrucabas en mi regazo, y yo te tarareaba una canción; que en mis momentos grises, no necesitabas decirme nada, tan sólo me invitabas a comer chocolate, y estar conmigo viendo la puesta de sol.

Hayrí, querida...»

«Al niño pianista se le ha caído su abrigo, y quedaron descubiertas dos alas, grandes y blancas; él sigue tocando».

«...en este recuerdo siento que te tengo y no, que te beso y no, que te abrazo y no; que te amo y sí, que te amo».

«Despliega sus alas, pero no para de tocar».

«Hayrí, querida, te amo».

«El techo se ilumina, y ya no sólo él toca, se le unen varios amigos alados; cada uno con su propio piano».

«Hayrí, querida, la vida es tan hermosa y efímera. Fuiste más de lo que alguna vez pude desear. Eres más».

«Llegan volando ángeles de todas partes, otros llegan caminando muy formales; todos acompañando al pequeño pianista».

Hasta este punto, Hayrí no ha notado que la ventana se ha abierto, que ha entrado una tanagra que la observa detenidamente; no ha notado que a comenzado a llover; no ha notado que, desde que comenzó a leer, se ha quedado sin pestañear.

«¿Te acuerdas de Gael? Es el niñito ciego que me enseñó a tocar piano. Hubo un accidente, y no hay donador. ¿Te acuerdas que te conté sobre mi enfermedad, la que mi madre cree que desconozco? No ha pasado por mi corazón...»

La chica de bellos ojos nota cómo éstos se humedecen.

«...así que le daré el mío».

«El gran coro celestial detiene su cantar, dejando al pequeño pianista tocando pausadamente, acompañado del resplandor de una sonrisa en su memoria».

«Sé que prometiste que me volverías a ver. Sé que prometí que te volvería a ver, pero... algún día me iré y no regresaré; a pesar de las promesas. Gael estará muy contento, lo sé; Hayrí, hasta que no me vaya, te seguiré amando, como tú lo hiciste».

«La melodía se va apagando lentamente...»

«Ahora sólo queda decir adiós. Por favor, no llores; pero si lo haces, está bien. Te seguiré tarareando esa vieja canción desde arriba, cuando estés o no triste, Hayrí».

«Entona la última tecla. Lanza el último suspiro. Cierra los ojos, y se va alejando, se va».

«Hayrí, te entrego este poema que le recité a Gael cuando estaba triste. Léelo cuando tú estés triste; si no lo estás, léelo también. Léelo al amanecer y al anochecer, léelo. Léelo para recordarme. O no lo leas, pero no me olvides. Eso es todo.

Desde aquí, el jardín que presenció nuestro primer beso.

Siempre tuyo, Khaled.

Una nebulosa cubre el espacio con amor.

El amor cubre la nebulosa con estrellas.

Las estrellas cubren al amor con luz.

La luz, ¿quién cubre a la luz?

La felicidad le sonríe a la luz.

La luz se deja invadir por la felicidad.

La felicidad llama al amor,

Y éste les regala a todos un momento dorado:

El amor se divide como ramas de un árbol,

Lleva cada ramita hasta cada uno de ellos,

Les da la manita, llenas del amor del universo.

Ellos afloran una sonrisa.

Y el sueño de un Rey cobra vida.

Y el sueño de un niño sale de su escondite.

Y el sueño de un ciego ve el amor.

Una corriente de dulzura

Pende del hilo de la locura.

Las máscaras son descubiertas.

Solo unos ojos se esconden.

Les saludo y ellos solo parpadean.

Les canto y ellos solo parpadean.

Esos grandes y profundos ojos,

Tan puros como ella».

«Ya no hay ángeles, ya no hay pianos, ya no hay alas; una luz llena de amor aquella sala abandonada. El silencio se asoma y observa curioso a un lector fantasma».

Hayrí, esa noche, sube a la terraza y se sienta a ver las estrellas. Las estrellas son hermosas —se dice— porque lejos, allá arriba, se escucha cómo alguien tararea una canción. Nunca antes había visto tantas. Pero sabe que una ríe con ella.

De vuelta, y al acurrucarse en su cama, no puede evitar que se le escape una lágrima; un perfume la envuelve, y cree sentir cómo alguien le despeinaba el cabello, antes de irse a dormir.

Eternas MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora