25 | XVI: Abuelita

8 3 0
                                    

—Ahora sí abuelita. Estoy listo para seguir escuchando.

​—Me gusta tu entusiasmo.

​—Es porque siempre estoy dispuesto a escucharte, abuelita.

​—Enviamos las cartas al cielo, donde tal vez alguno de nuestros familiares pudiese encontrarla, leerla y recordarnos. Al soltar aquel globo, y ver cómo se perdió en el firmamento, sentí cómo se encogía para de mi corazón, cómo un pasado que estuve ahorcándome, de pronto se soltó. Al poco rato de perderlos de vista, me faltó la respiración, y Bruss me tomó en sus manos, antes de caer inconsciente. Al otro día, él estaba a mi lado, en una habitación del hospital. Yo estaba en una camilla, con unas sábanas muy blandas. Hubo un momento en el que pude ver la preocupación real de Bruss sobre lo que había sucedido. Quizá es cierto que nunca conocí a mi padre, pero ahora estaba él conmigo. Por el corto o largo tiempo que le quedase sobre esta Tierra. A partir de allí, volvía cada noche para conversar con él, y unos minutos antes de que amanezca, se sentaría a tocar el piano. La guerra aún estaba marcada bajo sus ojos, pero únicamente cuando se sentaba en el piano podía sentir esa libertad que tanto había buscado. La libertad de imaginarse allí, allá, atado a una melodía que creaba camino a medida que el segundero cantaba. Es quizá la historia más profunda que jamás viví. Poco después, Bruss murió. No se despidió, pero la noche anterior me dejó una carta muy breve, en la que decía: "Gracias, Eva". No era la carta más larga que me habían hecho, pero la acepté. Estoy segura ahora puede descansar. Sabes, después de jugar todo el día, de tropezarte y levantarte en varias ocasiones, uno merece un descanso. Sé que pronto acabará esta terrible guerra, y entonces podrás volver a esta vieja cabaña para escuchar una historia que quizá ahora haya olvidado —despeina al pequeño—. O seguramente, seré yo la que se sentará, se preparará una taza de café, y se dispondrá a escuchar toda la tarde si es posible. Las tardes que sean necesarias para mantenerte aquí, mi pequeño.

Eternas MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora