24 | XV: Las cartas al cielo

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Faltaban poco para que Gianny se marchase con sus padres. La guerra estaba acabando con el pueblo sin nombre. Todos se habían ido, excepto la centenaria pareja. Todas las flores se habían marchitado, todos los árboles se habían secado, cada río había dejado de fluir y los gorriones apagaron su hermoso cantar. El cielo nocturno escondía una escena que nunca nadie quisiera volver a recordar. El único lugar que conservaba algo de color era la vieja cabaña. Al lado de la puerta de entrada, estaba floreciendo una hermosa rosa. Sus pétalos se habían abierto hace no mucho, casi al mismo tiempo en que Gianny volvía para seguir escuchando la historia de la abuela. En esta ocasión, se encontraría con su pueblo muy diferente, y eso le trajo una extraña sensación al pequeño.

​—Abuela, ¿por qué hay guerras? Gracias la guerra mi pueblo se ha visto con poco color. Cada vez que regresaba de viaje, me agradaba asomarme por la ventana para ver a este hermoso pueblo con todos los colores que la naturaleza le podía dar. Cuando venía de regreso, lo hice ¿y sabes qué vi?

​—¿Qué viste, pequeño?

​—Nada agradable. El gran árbol que tanto amaba, se ha puesto muy gris; la laguna a la que me gusta ir a pescar, se ha secado; incluso no muy lejos de aquí, habían aves que en este mes, se ponían a cantar, todas juntas. ¡Y ahora no están! Abuela, ¿por qué hay guerras?

​—Pequeño, cuando hay grupos que no se entienden, y se niegan a resolver los problemas pacíficamente, hay problemas. Nuestro territorio se ha visto envuelto en un conflicto porque no se ha entendido con otro. No es algo que podamos evitar o detener, no desde aquí. Quizá te tome tiempo entender esto, pequeño.

Gianny se acerca a su abuela, la abraza y le dice:

​—¿Por qué no todos pueden tener una abuelita como tú? De esa manera, las guerras sí se podrían resolver hablando.

​—Será mejor que mañana continuemos con la historia. Ya es tarde y debes dormir.

***

Un combatiente yace postrado en el suelo. Mientras la muchedumbre avanza, trata ferozmente de mantener la calma. Su equipo ha dado su vida por tenerlo ahora donde está. Está todavía a unos kilómetros de su objetivo, no debe retroceder. Mientras los hombres armados salen a proteger la zona, el combatiente del pueblo sin nombre se escabulle entre los camiones del enemigo que van de regreso. Tratará de ingresar a la base principal.

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