31 | XIX: La canción del recuerdo

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Faltaban tres minutos para que el sol desaparezca atravesando el infinito horizonte; y en una cabaña, cerca de la orilla del mar en ese pueblo sin nombre, un viejo abrazaba a su mujer, traía en su pecho la noción de que esta será la última vez. Su voz era frágil, pero sus brazos eran fuertes.

La anciana de cabellos claros miraba a las estrellas en aquel lugar de techo inexistente, y tarareaba una canción mientras acariciaba a su amado.

Bajo la noche, rodeados del cantar pasivo de los grillos, aquella pareja que compartió décadas de recuerdos habría de separarse en un último beso, en el mismo instante en que una estrella fugaz rompía en el cielo antes de desaparecer llevando esa vieja alma consigo, y dejando a un viejo abrazando su almohada, tarareando la canción del recuerdo.

La  sala  vacía  esperaba  con  anhelo  tres  minutos  antes  del  amanecer,  para  que  un  antaño  ángel de  grandes  alas  lo  visite,  y  la  vida  y  la  muerte  dancen  juntas  al  menos  esta  vez,  con  los  dedos enlazados,  los  recuerdos  olvidados,  y  una  melodía,  y  una  voz  que  nunca  dejarán  de  sonar.

Al otro día, aquel hombre de cabellos claros recordaría con amor cada evento, cada tragedia, cada momento en que pasó al lado de su amada Eva.

Lamentablemente, la cabaña no soportó el tiempo y aquel anciano tuvo que mudarse a un gran rascacielos. Un día, luego de levantarse y bostezar largamente, subiría hasta el último piso. Vería todo con mayor calma y claridad; entonces se quedó sentado hasta que la noche se decidió en visitarlo, adornada con algunos copos de nieve.

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