15 | VIII: Grandes ojeras bajo sus ojos

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La sala del hospital está en calma. Desde hace unas horas los pacientes dejaron de llegar y el ambiente está en paz. Una niña yace jugando con unos peces de una cascada artificial en el patio del hospital. Lanza migajas a cada uno cantando sus nombres. La pequeña se daba su tiempo ubicando los trozos de pan a centímetros de la superficie, esperando a que uno de ellos salte. La niña sonríe. Naveen —cantaba—, Dharmendra, Jasaan, Marek —y el último pedacito de pan—, Wlodek. Se sacude las manos, y comienza a correr a lo largo del hospital, pasando de cabina en cabina, tratando de cubrirse del frío de la noche.

En una habitación se encontraba un hombre con grandes ojeras bajo sus ojos; al ver a la niña correr, lo único que pudo pensar era en lo cansado que estaba. Sin embargo, ladea su cabeza, estira sus piernas, y levanta su pesado cuerpo. Da unos cuantos pasos y sale de su habitación. Camina hasta la misma cascada llena de peces, deja que el agua fluya entre sus dedos al tratar de llevar un poco fuera de la superficie; frunce ligeramente el ceño. Usa las dos manos, recoge un poco de agua, y la lleva hacia su rostro. Unos cuantos peces se asoman recelosos a aquel visitante, manteniendo una distancia prudente.

Con más energía, se dirige hacia la sala de espera para ver la hora. Ya no recuerda desde hace qué tiempo se encuentra en aquel hospital. Quizá dos o tres horas, desde la noche anterior o quizá los últimos cinco meses. Algo que llama su atención es el nuevo piano que se encontraba a un lado de la sala. Estaba seguro que eso no estaba allí cuando llegó. De manera que con aire curioso, se acerca, levanta la tapa que cubría las teclas, y toca tan sólo una. Deja que el sonido invada cada rincón de aquella sala, y se aventura con una nota diferente. Eso. Ese sonido le gustó. Quizá otro más. Muy bien. Lo estaba haciendo bien para ser sólo un viejo con pesadas ojeras. Quizá si toca dos notas al mismo tiempo. Qué es eso. Qué es esa maravilla que nunca antes había experimentado. Otra vez. Otra... ¿Por qué nunca antes había experimentado esta sensación tan agradable?

Transcurrían los primeros segundos, aquellos segundos comenzaban a danzar en pequeños grupos de minutos paseándose al costado de la sala; de pronto eran evidentes las horas alrededor de aquel instrumento de blanco y negro. Aquel humano no podía contener ese pequeño brillo que nacía de sus ojos. Aquel pequeño ser. Aquellos recuerdos, ¿desde hace qué tiempo que estaba en ese hospital? No, no puede recordar; tiene muy vagas imágenes. Quizá si va más lejos. Qué tan lejos. Una niña que corre a lo largo de una sala. Luego de esa foto, avanzaría hasta la entrada y escucharía un disparo seco. No recuerda más nada. Sus manos dejaron el piano, y sus ojos por poco olvidan cómo parpadear. Sólo un recuerdo se mantiene dentro de su cabeza, rebobinándose continuamente.

—Con la enfermera por favor, Bruss volvió a salir de su habitación.

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