3 | II: Hasta el fin del mundo

28 3 0
                                    

​Toda la noche se escuchó caer bombas a lo lejos. La vieja cabaña nunca había sido afectada; siempre estuvo en una posición privilegiada, cerca del mar. Dentro, la abuela yace dormida y una tanagra se asoma a la ventana. Al despertar, escucha desde su cuarto el dulce canto del silencio, un sonido placentero que no siempre se podía disfrutar. Levanta su centenario cuerpo, pone los pies sobre el suelo y se dirige hasta la habitación del pequeño. Debajo de su almohada deja una foto y se retira. Revisa el calendario; nota que falta muy poco para el paso de una gran estrella fugaz. Toma asiento, se prepara un café cargado y ve fuera de la ventana. Respira profundo.

—Es una foto maravillosa, ¿cierto? —Gianny afirma con la cabeza— Parte de mi trabajo era viajar a muchos lugares del mundo y documentar qué era lo que sucedía allí. Tomar fotos e incluirlas en una revista; eran pequeños y grandes momentos que compartía el mundo conmigo.

Gianny permanece en silencio dos segundos. Trata de imaginarse con una cámara y una escena que pueda captar, una que nunca de su cabeza pudiese borrar. Poco después pregunta por el origen de la foto.

—En aquella ocasión, luego de trabajar con el equipo, fotografiando y documentando las olimpiadas de China, salí a caminar. Quise ver la otra cara de estas festividades; sabía que en alguna parte me podría encontrar con una escena que me pudiese conmover tanto como ver a alguien levantar su medalla dorada —suspiró—. Debo admitir que estuve a punto de darme por vencida. Sabía que podría regresar al hotel con las manos vacías.

El niño abrió sus ojos.

—A simple vista, todos los edificios parecían ser los mismos, pero era una ilusión que se daba a gran distancia. Entonces encontré lo que buscaba. Paseé cerca de un gran edificio y escuché unos gritos de alegría; gritos llenos de infancia e inocencia; gritos que conformaban el sistema nervioso escondido detrás de aquellas festividades. Tomé la cámara y apuntando en aquella dirección, disparé —señala una parte de la foto—; observa, son dos niños jugando con burbujas de jabón. Mira sus brazos. No pude dejar pasar su gran parecido con aquellas parejas de patinaje sobre hielo. En una gran coincidencia —señala—, tanto el niño como la niña tienen semi levantada la rodilla derecha, sus brazos están en el aire y sonríen inclinándose ligeramente. Una de las cosas que me llaman la atención, es que hacía mucho frío por la época y me aterraba ver que el niño se pudiese mover con un abrigo de semejante magnitud.

Dejó la foto por unos instantes. Eva se dirige a la cocina y trae un poco de café.

—De niña disfrutaba mucho patinar sobre hielo. Incluso las veces que volvía de la escuela, trataba de encontrar danzas que pudiese aprender por mi cuenta. Era un mundo fantástico. A veces sentía que si estuviese en una pista de hielo y con todo el tiempo a mi favor, hallaría la forma de deslizarme hasta el fin del mundo. Sólo soltar mis manos y viajar en armonía con el universo. Por ello nunca voy a reprimir mi eufórico estado al ver esta foto. Ellos dos eran como dos gotas danzando eternamente sobre una superficie en un fluido perfecto.

El pequeño se emociona. En su interior yace un explorador que salió en busca de cobre y ha encontrado oro.

—Pero eso no es todo. Si divides la foto y observas a los infantes por separado, podrías encontrarte con dos perspectivas muy distintas. La niña que se encuentra en la primera mitad de la foto, entre aquellas burbujas, nos regala una expresión que desborda alegría y total libertad. De algún modo, aquella pequeña brilla por el hecho de disfrutar un acto tan simple como patinar preocupándose únicamente de tener las suficientes burbujas a su alrededor; sólo eso y nada más. Mira su rostro. Es libre. No repara en números o detalles. La puedo imaginar deslizándose por la pista de hielo con un pie en el aire, levantando los brazos y girando de vez en cuando. Y al llegar al final, no tengo idea cómo, pero soplaría una burbuja. Ésta se elevaría y explotaría en el preciso instante en que la melodía dejara de sonar.

Luego de dar un sorbo de café, le dice a Gianny que cierre la ventana. Lo hace y regresa con el cabello despeinado.

—Si ahora vieras al niño, en la segunda mitad de la foto, verás que en la esquina izquierda hay tres burbujas, por supuesto gracias a la niña, y detrás de esas burbujas yacen tres personas que componen una pequeña familia: el padre y su dos hijas. Aquel sector fue próspero en un tiempo, pero conflictos en la zona provocó el empobrecimiento de sus habitantes. Las personas sobrevivían trabajando por cinco dólares cada día. La situación de los hogares era muy inestable. De manera que la presencia de aquellos tres seres en la foto muestra lo delicada que es la existencia, al igual que las burbujas flotando delante. Unas de las cosas más importantes que podía rescatar eran las sonrisas y aquella muestra de inocencia en esos dos seres que parecen patinar a lo largo de una plataforma sin nada más que un incierto futuro por delante; un futuro que ellos parecen ignorar.

Al terminar su bebida, se dirige hasta la cocina y nota que aún queda un poco por preparar; Mientras Gianny mantiene sus ojos en la foto, Eva pregunta desde el otro lado:

—¿Quieres que te prepare algo de café?

Eternas MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora