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El niño que recibiría mi corazón, su nombre era Gael.

Cada tarde, al caer el sol, sentados en el pórtico de su casa, le recitaba melódicamente lo hermosa que era esta escena. No lograba imaginarme cómo él la veía a través de mis palabras, y con su imaginación, que era mucha.

Una noche, después de ver las estrellas, lo escuché tocar el piano, lo escuché atentamente. Seguramente no conocía el color de esas teclas —ya que es ciego—, pero entonaba cada una como si fuesen iguales, con ese mismo amor. Lo veía perderse entre sus melodías, lo veía irse lejos sin levantar sus dedos, sin moverse de esa pequeña silla. Entonces me enseñó cómo se hace; y tal vez no me veía —al menos no con sus ojos—, pero sí que reía al escucharme fallar cada nota una y otra y otra. Con esta tecla puedes bajar un ángel —decía—, con esta otra, a su amigo.

Algo más fuerte que un leve quizá susurraba en mi oído que me veía con el corazón.

Extrañamente, se fue convirtiendo en el hermanito menor que nunca pedí, pero que siempre necesité.

Recuerdo cuando me invitó a la playa, a construir castillos de arena, y fue cuando dijo «vamos a aguarnos en el agua», le mencioné que no estaba bien dicho, y dijo sonriente «entonces vamos a mojarnos en el agua»; no tenía remedio. O cuando su «tengo hambre, vamos a comer comida» me hizo reír sin parar, tras ver su carita de inocencia. Pero lo que nunca olvidaré, al menos no mientras viva, es aquella tarde en que me pidió que lo acompañase a un concurso de piano, y él, algo nervioso, tomó mi mano y dijo «nunca antes había concursado en un concurso, pero tú me apoyas ¿verdad que sí?». Ése día sabía que éramos tan cercanos uno del otro; sabía que podía contar con él; y él sabía que podía contar conmigo; sabía que eso era amistad.

Pero cómo cambian las cosas. En este breve instante, mi mirada se pierde en ese recuerdo y me encuentro a su lado mientras duerme en una camita de hospital. El doctor ha dicho que necesita un corazón para salvarse; pronunció una rara enfermedad que no logro ni quiero recordar. Debe salvarse. Debo darle el mío, debo dárselo.

Gael duerme. Yo no sé si duermo; sólo sé que en esta sala brilla colgante una estrella. ¿Será lo que él se imaginaba cada vez que le recitaba con rimas lo que es invisible a sus ojos? La estrella brilla y se mueve ondulante. Toda la habitación permanece en silencio, en silencio y apagada, excepto en ese pequeño espacio flotante. Mírala, le escuché. No ha abierto sus ojos, sigue dormido, pero ha dicho que la mire. Hay un gran silencio, antes de que, despacito, una a una, en cada rincón hacia el centro de la habitación, va apareciendo estrella tras estrella, destello tras destello, hasta adornar la cama alrededor de este pequeño. ¿Esto es lo que Gael siempre se imaginó? Mi hermanito, mi pequeño hermanito.

Debo salvarte. Debes vivir; debes aprender a reír; debes sentir que tienes alas, estando de pie. Debes aprender a ver sin tus ojos, debes hacerlo con tu pequeño y sensible corazón. Debes recordarme; por favor, no te atrevas a olvidarme, no te atrevas. Debes salvarte hermano, porque te quiero.

Salí de la habitación, y las estrellas apagaron la luz, la apagaron para dormir.

El amanecer atraviesa la cortina, y veo a mi mami dormida. Coloqué mi mano sobre la suya. Me abrazó. La abracé. E hice mi peculiar pregunta, y ella me respondió sin chistar. Te salvarás hermano, te salvarás.

Antes de irme y verlo por última vez, sentí una delicada brisa sobre mi hombro. Me despedí. Él se despidió.

***

Al despedirse por última vez, mientras él ve cómo se marcha su hermano mayor, recién cae en cuenta que sus ojos están abiertos, que distingue los colores; siente cómo se abren y cierran sus ventanas de cristal. Recién cae en cuenta: puede ver.

Gael puede ver. Y antes de que su hermano pase por el umbral, nota cómo un ángel toma reposo sobre aquel hombro; por fin observa en ese eterno segundo cómo era aquel ser que lo acompañó desde el primer ocaso. Veía con los ojos y con el corazón a quien lo acompañó aquella tarde en su primer concurso de piano.

Lo ve marcharse lentamente, y él solo puede pronunciar:

—Adiós, hermano.

Eternas MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora