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Presente

Como era de esperase tanto la marquesa como su esposo, estuvieron complacidos con la decisión su hija para contraer matrimonio calificándola como sabia. Las alabanzas por sus prontas nupcias no se hicieron esperar. Era un alivio para ellos, al punto que no se le impuso el periodo de luto que esta debía a su hermana, en cambio lady Eleonor apresuro todos los preparativos, como si temiese que su hija se retractara. A fin de cuentas, esta era una boda por la cual había esperado diez largos años, no pensaba permitir que nada ni nadie la impidiera.

Anastasia no sabía cómo sentirse con respecto a la actitud de la marquesa. Quien parecía haber olvidado, que pocos meses atrás sepultó el cuerpo de una de sus hijas. El marqués por otro lado trataba de excusar la actitud de su esposa con el hecho mismo: La misma muerte de lady Lydia.

—Esa es la forma de tu madre de lidiar con la pérdida —le dijo a Anastasia, cuando esta le pidió que intercediera entre ella y la marquesa, para mantener todo el asunto de la boda de una forma más sutil—licénciele esto. Ella ya ha sufrido demasiado.

<<Demasiado bien lo oculta>> —pensó Anastasia para sus adentros. Sin embargo, al final desistió de ello y, le consintió a su madre realizar aquella celebración como a ella le apeteciera. Tal vez se debiese a que en lo profundo de su alma no consideraba esta su boda.

Su cuerpo tembló recordando la nota que encontró entre sus cosas. Solo fueron un par de horas desde que su compromiso se hiciera público para que la infame fuera descubierta.

El que duerme en la cueva de la serpiente, tarde o temprano despierta envuelta en ella.

¿Eran una advertencia o una amenaza? ¿Quién la enviaría? Y ¿cuánto tiempo estuvo en la espera de ser leída?

Anastasia apretó fuertemente la mano de lady Prudencie, antes de dirigirse junto a su padre para ser entregada al duque. Su fiel amiga viajó desde Londres para presenciar la ceremonia, por desgracia el rufián de su esposo también estaba con ella.

Anastasia caminó paulatinamente a encontrarse con lo que de hoy en más sería su futuro. Por un momento su mente le jugó una mala pasada, en lugar del caballero de cabellos caoba, vio a Daemon su larga cabellera reluciente, cuya luz de sol era un poema expreso de su alma.

No era así como imaginó que llegaría al matrimonio. Anastasia ansiaba llegar al altar rebosante de amor, que al levantar sus ojos y mirar al hombre que la esperaba al final del pasillo; su corazón se saltara un latido, y sonriera feliz de saber que ese hombre la amaba tanto como ella a él.

Pero eso no estaba allí; no amaba a lord Shepherd y en su ser sabía que muy probablemente eso jamás ocurriría, porque el caprichoso ya posee un dueño. En ese instante a pocos pasos de entregarse a él, Anastasia hizo un único voto. Hacer a este maravilloso hombre feliz, porque al menos uno de los dos merecía serlo.

—Mi lady—dijo el caballero tomando la mano de la dama.

—Hoy le entrego la más preciada de mis joyas, excelencia—dijo lord Bainbridge al entregar a su hija—espero que la proteja mejor de lo que yo lo he hecho todos estos años.

Los ojos de Anastasia se llenaron de lágrimas, la sombra de Lydia siempre nos acompañaría, hasta que al fin se le hiciera justicia. Y aun en se entonces, supuso que su padre sentiría culpable, por no haber hecho suficiente por protegerla del mal que aguarda en este mundo.

—Yo, lady Anastasia Elizabeth Hayden. Lo tomo a usted lord Christopher Heath Shepherd IV duque de Saint James. Como mi legítimo esposo para amarlo y respetarlo; en lo próspero y lo adverso, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida.

La ceremonia ocurrió como un soplo, pudo apreciar a muchos ilustre de la cámara de lores, como era de esperarse. Los ojos del barón de Haven no se apartaban de su escote, Anastasia estuvo tentada a cubrirlo con su mano, pero se abstuvo al pensar que eso solo atraería más miradas, y mucha más atención de parte del barón.

Lady prudencie se sentó con una sonrisa tensa en sus labios, mientras el señor Bolton tonteaba descaradamente con algunas criadas. De reojo pudo ver el momento exacto en el que Indira, le arrojaba una copa de vino en el rostro, la sonrisa de autosuficiencia en la misma y los ojos espantados de Lady Prudencie. Cada cual estaba viviendo su propio drama.

Antes de darse cuenta, Anastasia se encontraba en el castillo perteneciente al duque, sentada sobre la cama en la habitación de lord Shepherd, su habitación se corrigió, era inútil negarlo. Agotada se arrojó a la cama a esperar. Sus baúles habían sido traídos y cada pertenecía guardaba correctamente.

La habitación era espaciosa, una gran ventana le otorgaba una vista perfecta a Obsidiana y gran parte de la reserva, a la derecha una puerta que seguro conduciría a la habitación del duque, su madre a pesar de poseer una habitación propia, pocas veces durmió en ella. Puesto que el marqués siempre solicitaba su presencia en su cama, cosa que era grata para lady Bainbridge.

El cuerpo de Anastasia tembló recordando la conversación que había tenido con su madre horas antes, sobre lo que pasaría en su noche de bodas, igual que las mejillas de la duquesa, las suyas también se tornaron rojas, aunque no por los mismos motivos. Ella no estaba preparada para entregarse a lord Christopherd; a ningún hombre de hecho. Esa noche cuando el duque entró, el cuerpo Anastasia temblaba incontrolablemente, deseaba echarse a llorar. Pero las lágrimas solo serían una distracción insípida.

—Mi lady—dijo el duque. Su cálido aliento soplo sobre las mejillas de Anastasia.

Era entrada la noche, las calles de Obsidiana se encontraban abandonadas, un par de pies se apresuraban a correr. Con ruido incesante tras cada paso, que no eran pasados por alto por el perpetuador de la cacería.




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