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Presente

Lord Shepherd, había llegado casi para recibir el crepúsculo de la mañana en Londres. No tuvo tiempo de avisar a sus criados sobre su arribo, por lo tanto, la casa no se encontraba dispuesta para él. Se hallaba exhausto, fue una mala idea salir tan apresuradamente, una impertinencia hacerlo entrada la noche. Era todo un milagro que no le ocurriera una tragedia.

El sol saldría en un par de horas, estaba seguro no vería al barón hasta entrada la mañana, lo mejor sería esperar, tomar un descanso algo en su interior le decía que posteriormente no encontraría la ocasión para ello. Ciertamente le era propicio reponer fuerzas para lo que se avecinaba. No se especificaba nada en la carta, pero el hecho de que solicitara su presencia daba mucho a entender.

Los rayos del sol entraban por la ventana, despertando al hombre, quien solamente cerró sus ojos por lo que sería una hora. Tan pronto como se encontró listo, mando a ensillar su caballo para dirigirse a la residencia del barón de Haven.

El mayordomo de la casa lo dirigió directamente a la oficina del barón, el hombre no soltó prenda alguna desde el momento que lord Shepherd entregó su tarjeta, simplemente se convirtió en una estatua andante, un entrenamiento otorgado por el hombre al que visitaba.

Le resultó extraño ver a su amigo en el estado que se encontraba, se había convertido en un hombre taciturno y desganado. Nada comparado con lo que el duque vio el día de su boda, su semblante ahora le era preocupante, decaído, sin fuerzas, como si a su cuerpo le hubiera acudido varias décadas de pronto.

— ¿Cómo se encuentra lady Rachel? — se atrevió a preguntar. El barón negó frenéticamente. No existían palabras. El duque sintió lastima por el hombre; no tenía hijos, pero entendía lo difícil que le estaba siendo.

—Es una lucha constante—respondió al borde del llanto—. Han sido unos días muy malos.

Para lord Shepherd no era ningún secreto, que este hombre era un sádico y cruel con cada una de sus difuntas esposas, o su lujuria a las mujeres de otros. Tal vez este era el castigo por sus pecados. Puesto que lady Rachel su pequeña niña, la única mujer que seguro este viejo rufián amaría, estaba entre a vida y la muerte por la infame enfermedad que la tenía postrada en una cama. A excepción del duque y un millar de médicos de distintas regiones del mundo por las que su padre la había hecho pasar y que no abrirían su boca jamás; nadie tenía conocimiento de su existencia dentro de la aristocracia.

—Tienes que verlo con tus propios ojos, Shepherd —le informó. Poniendo fin al anterior tema de conversación.

Lo condujo al sótano por unas escaleras en espiral, hasta llegar a un largo pasillos, habitaciones a ambos lados todas cerradas con llave. Pocas veces el duque entró por ese pasillo, podría contarlas con los dedos de una mano y sobrarle en esta. En ninguna ocasión entro a alguna, algo le decía que era mejor no descubrir lo que tras ellas se aguardaba.

Lord Haven se detuvo en la puerta al final del pasillo, abrió la cerradura con una pequeña llave plateada que traía oculta en su bolsillo, miró al duque directamente a los ojos, una pregunta silenciosa. Dándole a entender a lord Shepherd que una vez cruzara esa puerta nada volvería hacer igual. Asintió con decisión. Se tomó la molestia de llegar hasta allí. Ahora nada, lo amedrantaría de descubrir lo que el destino les estaba orquestando.

—Esto es lo que sé sobre lo que enviaste—dijo el barón.

El duque no pudo pronunciar palabra alguna, y un solo pensamiento, cruzó por su mente. <<Que Dios tenga piedad por cada alma en Obsidiana, pues el diablo ha retornado>>.

Anastasia #ZelAwards2019 #pgp2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora