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Meses antes de la muerte de Lydia

Aquel encuentro fortuito entre Anastasia y Daemon no había sido el único. Como bien le advirtió, la joven volvió a internarse en la reserva. Los días pasaron de manera vertiginosa, durante los cuales la dama transitaba a través del follaje solo la esperanza de toparse con Daemon, el cual, ni una sola vez la defraudo. No obstante, después de aquella antípoda tarde no volvió a pronunciar palabra ni para bien ni para mal.

Sus labios fueron sellados, haciendo prisioneras a las mezquinas palabras. Siendo pues, dos almas comunicándose con el arrullo del viento.

Ella en más de una ocasión estuvo tentada a romper aquel silencio. Sin embargo, se abstuvo de tensar la cuerda más de lo necesario; pues estaba segura, que ante la más leve presión se desgarraría. Anastasia se alegró de que este ya no intentara sacarla a traspiés, pero la inquietaba la absurda negativa a cualquier tipo de conversación.

Quería creer que el Catanys hacía más que ignorarla deliberadamente. Aunque esta no fuera una situación que enfrentó con anterioridad, pues desde que fue presentada en sociedad, los hombres anhelabas ser captados por las gemas ambarinas de la joven dama.

— ¿Por qué sigues viniendo? —le preguntó Daemon el quinto día. Al hombre realmente le parecía extraña la insistencia de la muchacha, demasiado estúpida o autodestructiva para su propio bien.

—Por usted—las mejillas la joven se tornaron del color del carmín tras pronunciar esas dos simples palabras. Daemon trató de ocultar la sonrisa, sin embargo, a ella no le pasó desapercibida la leve inclinación en sus labios.

Solo eso basto para albergar esperanza.

El marqués de Bainbridge fue conducido directo al despacho del duque. No tenía a nadie más en quien depositar su confianza. Si su situación actual salía a relucir, rápidamente perdería poder e influencia. Eso en el mejor de los casos, en el peor iría a caer en la cárcel. Sus tres hijas y su esposa estarían desamparadas, Robert aún era solo un niño con tan solo ocho años sería una carga demasiado pesada sobre los hombros del muchacho.

—Graham—saludó el duque a su amigo— ¿Qué te trae por aquí?

El marqués se sirvió a sí mismo una copa de whisky, necesitaba valor líquido para confesar sus pecados, la cual, trago de un solo. El brebaje quemó todo el camino por su garganta, cayendo en su vientre retorcido como un puñetazo.

—Lo he arruinado, amigo mío—se lamentó sirviéndose otra vez de aquella bebida del diablo.

Lord Shepherd miro el despojo en el que rápidamente se estaba convirtiendo su amigo y se apresuró a apartarlo de la bebida—Tienes que ser más claro que eso Bainbridge.

El marqués alzó la mirada a su amigo, uno remolino de sentimientos brillaban en ella; enojo, miedo vergüenza, desolación, entremezclando entre sí, una anteponiéndose a la otra una lucha por cual prevalecería.

—Estuve realizando pequeñas inversiones junto a Brennan —relató el lord. Brennan. Ese nombre ya de por sí era un mal presagio—producía a lo grande, mis primeras inversiones se triplicaron en un parpadeo.

Los negocios asociados a Brennan eran demasiado volátiles, nadie en su sano juicio lo seguía en sus locas y liberales ideas. Shepherd necesitaba más palabras para conocer qué tan profundo era el daño.

— ¿Cuánto? —Preguntó— ¿Cuánto dinero perdiste?

—Importamos telas desde marruecos, textiles de la más fina calidad. — El marqués negó repetidamente. Como si le costara creer, la culminación del viaje— El barco naufragó, todo el contenido dentro del mismo se perdió. Brennan huyó, lo acreedores ahora vienen por mi Christopher. Estoy en la ruina. Eres mi última esperanza.

El ceño de Shepherd se frunció al tiempo que su mente se ponía a trabajar. Hasta que una idea nació en los confines de su subconsciente, abriéndose paso en la nebulosa tormenta que era su cabeza. Sonrió.

Anastasia tomo una respiración profunda, sin importar lo que estuviera ocurriendo entre ella y Daemon y lo que no. Había dado su palabra en intentar llegar a conocer al duque.

—Luce expedida, mi lady—alagó Cornelia—su excelencia no podrá apartar los ojos de usted.

— ¿No crees que es demasiado? —preguntó. No quería darle ideas locas a lord Shepherd

—No, no. Luce perfecta

Anastasia mordió su labio inferior con indecisión era una horrible costumbre recientemente adquirida, para la desgracia de su madre. La doncella la miró tratando de descubrir el porqué de la actitud de la joven, si ella estuviese en su posición haría malabares para que así, el duque no apartara sus ojos de ella ni por un segundo.

¿Era malo querer que el paseo terminará antes de comenzarlo? Si probablemente mucho. Se regañó Anastasia con pesadumbres. Lord Shepherd la esperaba tan imponente y rozagante como solo él. Le fue imposible no compáralo con Daemon, lo cual era totalmente inadecuado.

El día estaba cálido, tranquilo varias parejas transitaban por la provincia armonizando el paisaje, creando el ambiente propicio para los enamorados, pero como todas las pinturas traen implícitas sus sombras, a Anastasia no se le pasaron por alto las nada sutiles miradas de deseo dirigidas a su acompañante, ni las de odio en igual proporción a su dirección.

Ella suspiro soñadora, mientras sus ojos se dirigían a la reserva ¿Qué estará haciendo Daemon? Se preguntó.

—Estás demasiado callada, pequeña— sus mejillas se colorearon por un momento pasó por alto la compañía masculina a su lado. El duque siguió la mirada de Anastasia—La reserva en realmente hermosa

— ¿Es cierto que se planea desterrar a los Catanys? —Preguntó—. Perdone mi impertinencia, excelencia. Me cuesta creer que ellos abandonaran sus tierras sin dar pelea.

—No son sus tierras—declaró el duque.

—Han vivido siglos en ellas—expresó— ¿Qué nos hace más merecedores que ello?

—Son mías—dijo. Anastasia se tropezó con sus propios pies, sus ojos se abrieron por la sorpresa—pero creo que usted posee unos peculiares puntos de vista con lo que a los Catanys se refiere, mi lady.

Ella se enfocó en sus dos primeras palabras luego profundizaría en el resto de su afirmación, lo miro esperando una explicación.

—Hace poco más de veinte años—explicó— hice un trato con el anterior patriarca. Las tierras pasaron a mi disposición, tengo los documentos que comprueban la legitimidad del mismo en mi despacho.

— ¿Qué clase de trato? —preguntó más intrigada. Si las tierras son legalmente suyas entonces... ¿Por qué les permitía seguir viviendo en ellas?

La mandíbula del duque se endureció, ella ya conocía esa expresión durante el tiempo que la ha estado cortejando. No daría prenda. Ese tema había llegado al final.

—Es algo de lo que no me apetece hablar, mi lady—dijo—pero no planeó echarlos fuera. Soy un caballero y mi palabra es mi mayor bien.

 Soy un caballero y mi palabra es mi mayor bien

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