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Presente

Daemon se negaba a creer lo que sus ojos le estaban mostrando. ¡Su Anna, su mujer de la mano de ese canalla! Rechinó sus dientes al tiempo que sus manos se cerraban en puños a sus costados, sus nudillos se tornaron blancos por la fuerza que ejercía. Deseo sostener entre ellas el cuello del desgraciado.

Había tardado demasiado tiempo en volver a su alma.

El paseo en compañía del duque, calmó los nervios que asedian a Anastasia, aun así, durante gran parte de su trayectoria volvió a sentirse perseguida, aunque debía reconocer que esta vez no se sintió como las ocasiones que le antecedieron. Los ojos puestos en ella eran diferentes. Quizá solo fuera un poco de paranoia residual, debido a la nota que había encontrado bajo su almohada. Le inquietaba no conocer la procedencia de la misma, ni el propósito de cada una de ellas... Las palabras se repetían una y otra vez en su cabeza.

Alguien no es quien dice ser. Y alguien más se avergüenza de ser quien es.

En cada ocasión en la que una nueva nota hacía su aparición se daba un aumento considerable de nuevas incógnitas.

Las calles de Obsidiana volvieron a la normalidad después de la casa de aquel último lobo, no obstante, ella tenía un sentimiento subyacente de que esto no sería lo último que verían de la llamada fiebre salvaje. Tal vez fueran alusiones suyas, pero sentía se encontraban en el ojo de la tormenta.

—Mi lord—se presentó uno de los siervos agitado, poco después que los señores se instalarán para comer la cena. Traía consigo un sobre blanco con la insignia del barón de Haven, el socio mercantil del duque—, ha llegado esta carta para usted.

Lord Shepherd leyó la nota detenidamente, su ceño se fue frunciendo cada vez más oscureciendo su semblante con las palabras contenidas. Al terminar su lectura su rostro perdió expresión alguna. Se disculpó con su duquesa por la interrupción y un más por abandonarla tan súbitamente a mitad de la comida. Pero asuntos importantes apremiaban su presencia. Se apresuró a la casa del Barón de Haven, situada en Londres, aquel viaje no podía aguardar la salida del sol.

No dio una explicación clara, solo que sus negocios lo llamaban, el barón, era un hombre conocido por su crueldad y la falta de empatía. En sus sesenta y dos años de vida había enviudado cinco veces, sus esposas cada una más joven que la anterior, murieron repentinamente de causas no naturales, por lo que se rumoreaba en las sombras. Aun así, nadie pronunció palabra contra él, su título y su dinero lo respaldan, que bien podía compararse y superar la fortuna de un duque.

Anastasia no entendía como lord Shepherd mantenía negocios con ese hombre, quien era francamente despreciable. Durante su boda no había hecho otra cosa que mirar su escote. Aquellos ojos lujuriosos no se apartaban de ella, no le hizo mención a duque de la insinuación del hombre, ahora deseaba haberlo hecho.

—Prometo regresar lo antes posible, pequeña— El duque beso su frente como despedida. Nunca tocaba sus labios, no procuraba ningún intento de sobrepasar los límites que se establecieron la noche de su boda, la trataba como si de una hija se tratara, y ella le estaba plenamente agradecida por ello. Aunque era consciente que tarde o temprano debía otorgarle un heredero a su ducado.

A las afueras de la residencia Daemon vio al duque alzar el vuelo, le sorprendió su repentina partida, pero su regocijo fue mayor. Le sería más sencillo lidiar con su mujer sin la influencia del susodicho, había intentado llegar a ella en horas más decentes, pero el hombre estaba pegado a ella como la lepra a un desdichado. La mirada de odio en sus ojos no se disipó una vez perdió a éste de su vista. Pacientemente esperó el cambio de guarda y que la mansión se asentara. Su visita a la duquesa no pasaría de esta hora.

Anastasia #ZelAwards2019 #pgp2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora