Meses antes de la muerte de Lydia
Un beso.
Un acto que solo debía llegarse a cabo resguardado en las puertas de una alcoba, entre un hombre y su esposa. Una acción capaz de cambiar el rumbo de una historia, llenar de ilusión un corazón o simplemente llevar a dos hombres a la guerra...
Antes de que las invitaciones del baile de máscaras que ofrecería lord Vermont fueran entregadas, la marquesa de Bainbridge había escogido la prenda que Anastasia llevaría en dicha ocasión. Un vestido en terciopelo verde esmeralda, cuya tela brillaba tanto como las piedras que lo adornaban, era un precioso y único ejemplar, atrevido, pero sin caer en lo vulgar, que resaltaba todas y cada una de las curvas de la joven.
A la lady no le extrañó que su madre escogiera un vestido de la misma tonalidad del color de los ojos del duque. Las intenciones de lady Hayden no eran nada sutiles, ni ligeras en aspecto alguno. Se había propuesto una meta y no existía poder humano capaz de detenerla.
— ¡Es hermoso! —Exclamó Lydia, fascinada por prenda— he de reconocer que posees un gusto intachable Amelia. Dios te ha dotado de las manos de una artista.
—Es solo la obra de la tela hermana mía—. Las mejillas de la joven dama eran de suave tono rosa y sus ojos brillaban como las estrellas en el cielo. Amelia se encontraba extasiada y su hermana no pudo más que compartir su emoción— ¡Es un color expendido!
— ¿La tela Amelia? he de disentir en eso—replicó—ninguna tela sin importar lo hermosa o fina que pueda ser, hará que yo produzca más que tirones sin gracia alguna.
Las hermanas Hayden, estallaron en carcajadas capaces de hacer rabiar a lady Eleonor. Para ninguna de las tres era un secreto las carencias de Lydia entorno a las actividades de las damas. Como su padre decía: Ella era semejante a un potro salvaje.
Las expectativas de sus hermanas sobre lo que sería su primer baile, hicieron también volar la imaginación de Anastasia. Una parte de ella se sentía vacía, puesto que el hombre quien deseaba la acompañara en tal acontecimiento se encontraría a una distancia bastante considerable de la suya.
¿Sabría Daemon bailar un vals? Posiblemente no. Sin embargo, a ella eso no le impedía soñar con su caballero un tanto espinoso, moviéndose en sincronía en un salón de baile, ataviado con un traje a la medida... se detuvo en ese instante, era poco probable que el Catanys llegará a vestir un traje a la medida; y ciertamente a ella le daba igual que lo hiciera o no, sin embargo, tenía la ilusión de dar vueltas en el salón con él.
El carruaje del marqués Bainbridge, aparcó en la puerta de lord Vermont. Las manos de Anastasia se encontraban enfundadas en unos delicados guantes de seda que no hacían más que contribuir a que sus manos sudaran, los nervios la estaban consumiendo. Deseo tener a una o ambas hermanas a su lado para que la apaciguarán, pero como ninguna de las dos habían sido presentada en sociedad, ella no tenía esa opción.
—Mi lady—, dijo en cochero quien llevaba minutos con la mano extendida, a la espera de ayudarla a abandonar el carruaje. La marquesa le lanzó a su hija una mirada recriminatoria, que rápidamente la impulsó a recibir la ayuda del lacayo.
Su cabello se encontraba recogido en un moño alto, dos mechones sobresalían enmarcando su rostro, resaltando sus delicadas facciones, el vestido le quedaba como un guante, por lo que era más evidente su delicada figura.
Eleonor le ordenó colocarse la máscara que permanecía en sus manos, provocando que su mejilla se sonrojara notablemente. La marquesa, era una mujer en gran manera bella. Belleza que solo se acentuaba más con el paso de los años. Anastasia reconoció muchos de sus rasgos en su madre en sí; pómulos altos, labios carnosos, el mismo inusual tono en sus ojos, el único contraste era el cabello castaño de su madre a la manta nocturna que adornaba su cabeza.
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Anastasia #ZelAwards2019 #pgp2019
RomansaLady Anastasia Hayden, la hija mayor del acaudalado marqués de Bainbridge, vino al mundo y fue educada con un único propósito; desposar a Lord Christoferd Shepherd y convertirse en la duquesa de Saint James. Pero en ocasiones la vida nos depara cami...