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Llegando a la puerta del bar, Makoto tiró suavemente de su abrigo.

—¿No... no es muy temprano? ¿No nos verán mal? —le preguntó.

—No para ser Navidad —simplificó Sousuke empujando la puerta, dejando entrar primero a Makoto. En esa fecha y en San Valentín, a las personas que no tenían pareja, estúpidamente, les daba por deprimirse. Pero, ya que Makoto estaba deprimido, justamente en la índole romántica, no podía soltarle aquello sin más. No podía decirle que a esa hora los bares solían estar llenos de hombres solos sintiéndose miserables—. Además, estaremos por poco tiempo.

Makoto asintió observando con curiosidad cada rincón del lugar y a las personas ahí presentes, que no eran muchas como él había pensado. Sousuke también le dio un rápido vistazo al lugar, pero sin mucho interés: había un sujeto durmiendo apoyado en la barra y dos más junto a él, que, por la forman en que bebían, terminarían exactamente igual, unas cuantas personas más repartidas por el lugar y en una mesa por el fondo, un grupo de extranjeros, Sousuke contó cinco en el vistazo que les dio. El lugar en sí se veía acogedor, la decoración era una mezcla entre oriental y occidental, entre tradicional y moderna, una mezcla rara, pero se veía bien. Y se podría decir que era tranquilo si no fuera por aquel grupo de extranjeros, quienes eran los más bulliciosos del lugar, que ya bastantes ebrios canturreaban la canción que se escuchaba de fondo.

Las mesas estaban dispuestas en tres hileras, ellos se dirigieron a la primera, una mesa pequeña de tres sillas, la más cercana a la puerta, nuevamente junto a la ventana; su vidrio esmerilado no dejaba ver nada más que siluetas extrañas del exterior y menguaba la poca luz que un día nublado podía ofrecer.

—Iré a pedir el vino, para no tener que esperar a que nos atiendan —dijo Sousuke quitándose su abrigo y colocándolo en el espaldar de la silla.

—Emm, Sousuke... trae sake si quieres. —pidió el castaño haciendo lo mismo en la silla frente a él. Sousuke alzó una ceja.

—¿Seguro? —Makoto asintió—. Está bien.

En la barra mientras esperaba, junto al borracho dormido, al muchacho para hacer su pedido miró a Makoto de reojo. Este tecleaba en su celular con una efímera sonrisa. Se preguntó cómo se sentiría realmente. Desahogarse le había ayudado, se veía mejor de ánimo, pero no bien del todo. Era como una luz parpadeante: se encendía y apagaba por momentos. Lo cual, a su entender, era bastante comprensible. Él conocía ese dolor, sabía lo difícil que era olvidar a alguien de quien no puedes ni quieres alejarte. Él sabía cómo lidiar con su dolor, pero no sabía cómo ayudar a Makoto a lidiar con el suyo. Pero quería ayudarlo. También se preguntó porque quería hacerlo realmente. No encontró respuesta.

—¿Qué le sirvo, señor? —le preguntó el muchacho sacándolo de sus pensamientos.

—Sake caliente... y una botella pequeña de vino de ciruela —pidió después de pensar un momento. Creía que el sake no le agradaría realmente al castaño, lo más seguro era que terminarían pidiendo vino. Sin contar con el hecho de que estaban en el lugar solo para retrasar su llegada al hotel. O eso pensaba—. Y una cajetilla pequeña de cigarro.

No se imaginó que la pequeña botella de vino quedaría vacía en menos de cinco minutos.

Parpadeó un par de veces cuando Makoto dejo sonoramente el vaso en la mesa después de vaciarlo hasta lo última gota. Él solamente le había dado un par de sorbos a su pequeño vaso de cerámica.

—¿Puedo? —le preguntó Makoto señalando el sake y se sirvió sin esperar respuesta.

Sousuke, con suavidad, le quitó el tokkuri* de las manos cuando ya había llenado la mitad de su vaso.

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora