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Sousuke llegó a su casa con sus sentimientos más revueltos de lo que ya estaban. Pasó gran parte de su viaje pasando la lengua por sus labios, con el temor de borrar aquella sensación suave y el sabor a durazno, y la otra parte preguntándose: ¿Qué demonios había hecho?

Bajó su equipaje del taxi, pagó al taxista y se adentraba a su hogar, con una sola idea en mente: Llamaré a Rin.

No a su amigo, Rin Matsuoka, sino a la otra Rin (su amiga... especial). Conociéndola, cerró temprano el restaurante o quizás ni abrió para la hora de la cena. Y necesitaba desfogarse de alguna forma, sacar todo ese calor que le consumía las entrañas. O eso pensaba.

Cerró la puerta de un portazo. Y como si la hubiera invocado, ella apareció frente a él unos segundos después.

—¡Mierda, Sousuke! —le gritó empuñando un sartén por el mango—. Me asustaste... ¿No se supone que llegarías mañana?

—¿Qué haces aquí? —respondió el saludo.

—También me alegra verte —ironizó ella—. Y de nada por mantener tu restaurante casi invicto.

—¿Casi?

—Detalles ínfimos —respondió a la defensiva, cruzando sus brazos aún con el sartén en la mano—. Y estoy aquí, porque si se te olvidó, los sábados cierras más tarde... Y porque a mí hermana se le ocurrió visitarme con sus hijos, bueno a mamá, y se me presentó un "viaje de improviso". Digo, los quiero, pero un par de horas es suficiente.

—Tsk. Da igual —dijo mientras se sacaba el abrigo y los zapatos, para terminar de ingresar a su hogar—. ¿Te acabaste el alcohol?

—¿Por quién me tomas? —contestó con fingida indignación, para luego sonreír—. Estaba justo en eso cuando me asustaste. Ven, serás mi catador. Aprendí nuevos cócteles.

Y como si él fuera el invitado, siguió a la anfitriona hasta la cocina y se sentó obediente en el taburete frente al mesón.

La vio moverse a sus anchas en su cocina, desordenándola.

Rin, sin duda, era una mujer hermosa, su cabello castaño oscuro, casi negro, le caía sedoso hasta media espalda, cuando lo tenía suelto, ahora lo tenía atado en una coleta descuidada; sus rasgos eran delicados, armoniosos, ojos grandes castaño claro y pestañas largas y espesas, su cuerpo delgado de piel nívea y firme la hacían parecer una muñeca de porcelana, frágil incluso. Pero en realidad era todo lo contrario. Era cinturón negro en un par artes marciales, era de carácter fuerte y disparatero, nunca se había mostrado intimidada con nada ni nadie y amaba la vida nocturna y el buen sexo. Su espíritu era libre. Era una persona fascinante.

No era mucho tiempo desde que Rin entró a clases de coctelería, su meta momentánea era trabajar preparando cócteles en un buen bar, en uno de calidad, y luego quién sabe, tener uno propio.

Y mientras preparaba el primer cóctel, Sousuke se servía un poco de todo lo que tenía cerca, sea wiski, vodka, tequila le daba exactamente igual, vaciaba su vaso más rápido de lo que lo llenaba. Rin lo miró extrañada por un momento, pero al parecer, decidió dejarlo tranquilo. Y mientras mezclaba los ingredientes en la coctelera, parloteaba sobre lo que había pasado durante su ausencia en el restaurante; como que, sin preguntarle antes, les dio dos días de descanso a sus trabajadores, y que tuvo que despedir a uno de ellos porque, "se pasó de listo" con ella.

—Era eso o mandarlo al hospital —sentenció su amiga.

—Está bien, no me interesa trabajar con alguien así. Ahora tendré que contratar a otro mesero.

—Oh, no te preocupes por eso, ya lo solucioné. Yo seré su remplazo.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Tengo mis motivos —le guiñó un ojo y siguió en lo suyo.

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora