Estaba esperando impacientemente a que el timbre del final de receso sonara cuando TaeHyung, su amigo —que estaba en una clase diferente—, se paró en frente de su pupitre.JungKook levantó la mirada con pereza. Estaba cansado, quería irse a casa y no entendía qué hacia TaeHyung en su salón.
—Kook —dijo el presunto invasor.
Él lo miró.
—Kim.
TaeHyung se echó a reír. La confusión en JungKook se hizo notar; sinceramente, él no entendía absolutamente nada del accionar del chico. Él era raro.
TaeHyung dijo:
—¿Quieres ir a mi casa después de la escuela?
JungKook lo meditó. Él lo hizo muy arduamente.
Pensó en aceptar la invitación por cortesía, pero eso implicaba alejarse de su casa y, por ende, de su preciosa y ansiada cama. Su mirada se perdía en cualquier lado y sus párpados pesaban por el sueño que arrastraba desde Historia Mundial. Él quería negarse. No estaba en sus planes pasar la tarde en casa de TaeHyung. Sólo tenía que decir que no.
Sin embargo, su voz fue más rápida que sus pensamientos. Y antes de refutar, se oyó a si mismo decir:
—Seguro.
TaeHyung aplaudió, victorioso y sonriente. Su sonrisa era tan extravagante como su personalidad.
La gente solía pensar que TaeHyung tenía diez u once años, a pesar de que era alto.
—Entonces te veré a la salida —exclamó, alejándose del pupitre de JungKook y desapareciendo por la puerta del salón.
Él parpadeó sin entender nada. Y cuando estuvo solo, derrumbado sobre la superficie de madera, cayó en cuenta de sus palabras.
Suspiró.
Bueno, al menos podría ver al sensual hermano mayor de TaeHyung.