Liz pensaba seriamente en Vero mientras arrastraba su maleta de mano. La desgraciada le debía una, jamás había dicho que su socio era un ardiente familiar de los O'Connor ¿Sería por algo?
Vero era especial y aunque eran mejores amigas, tenía la maldita costumbre de ocultar la información importante. Si ella hubiera sabido a lo que se enfrentaba, hubiera ido preparada mentalmente para afrontar lo que le tocaba, y el impacto hubiera sido diferente pero no, había ido a las apuradas, sin tiempo, y con la guardia completamente baja. Toparse con semejante situación y esos ojos que, claramente, le quitarían el aliento cualquiera con tan solo una mirada la habían dejado muda, medio boluda y bastante impactada.
Vero era más responsable de lo que creía respecto a todo lo que estaba sucediéndole y ya se lo haría saber. Estaba segura que su amiga sabía a la perfección que Max encajaba justo en el tipo de hombres que le interesaban porque toda la vida había sido así. Liz siempre elegía hombres carilindos, de ojos claros, profesionales, y éste hijo de puta era el más indicado de todos los que había conocido. Tenía ese toque atrevido que sabía mezclar a la perfección con su belleza y su simpatía, y no podía negar que eso la excitaba.
De repente recordaba una vez más su despedida, el darse las manos y mirarse a los ojos sin decir nada más. Un calor recorrió todo su cuerpo, haciéndola sentir medio incómoda y contrariada consigo misma.
Vaya que sí habían surtido efecto los encantos de O'Connor en ella.
Hacía años que Liz tenía problemas para relacionarse con los hombres. Por ejemplo, no podía relacionarse con hombres que no fueran profesionales aunque lo intentara. Hacía no mucho tiempo atrás, había tenido una relación en Londres con un empresario de la construcción, joven, bastante agradable y bien ubicado económicamente, pero no se trataba de dinero, ni de edad, ni de apariencia. Había algo en relación a la pasión en los de su tipo que la atraían, un "algo" que hasta en momento nunca lograba encontrar en nadie.
No podía explicar a ciencia cierta lo que estaba buscando en realidad, pero así era como funcionaba su mente y su corazón. Con casi treinta años, Liz aún no encontraba con quien relacionarse y lograr sostener una relación de pareja estable, "normal", porque a la mayoría de los chicos lindos les faltaba cerebro, los que tenían cerebro carecían de simpatía, y los que tenían belleza poseían un carácter igualable a una planta de potus. Pero Max O'Connor... Él era justo el espécimen de hombre que ella estaba buscando: ardiente, terriblemente desafiante, amante de su profesión y ¿loco? Bueno, ese era un punto que no había tenido en cuenta hasta el momento.
No dejaría pasar más tiempo, esa misma tarde luego de retomar sus tareas, llamó a su amiga por teléfono para decirle absolutamente todo que pensaba.
— ¿Hola Verónica? —dijo Liz increpando a su amiga.
—Yes — respondió ella esperando el ataque.
Era obvio que su amiga la estaba llamando para reprenderla gratis, por amor al arte y en nombre de la amistad, por lo que eligió hacerse la superada y esperar.
— ¡Yo te tengo que matar! — dijo Liz usando un tono de voz que denotaba acusación, mientras recostada en el diván de su consultorio se sostenía el pecho sintiendo que en cualquier momento algo iba a desarmarse dentro suyo. Siempre había sido dramática pero esta era una situación extrema que ameritaba exagerar.
— ¿Qué hice ahora? — preguntó Verónica con temor, repasando en su cabeza si realmente había dicho algo que la perjudicara después de haber sido perseguida día y noche por Max durante las últimas cuarenta y ocho horas. Ya no sabía ni lo que hacía.
— Bueno, "hacer", esa no sería la palabra, Vero. En realidad me di cuenta que al no contarme con quién trabajabas me dejaste a la deriva, me soltaste la mano, me abandonaste, me dejaste sola, así no más y me topé sin previo aviso con semejante espécimen humano, completamente desamparada y sin armas con las que defenderme frente a este Max ¡Me está enloqueciendo a mensajes! y lo que es peor, ¡me gusta, Verónica, me gusta! — Liz sonaba trágica y sin energía.
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Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...