Maxi y la rubia de las fotos.

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Liz dejó que Max la bese por un buen rato, él estaba borracho y seguro se olvidaría de la mitad de lo que habían durado esos besos y ella escudada en su borrachera podía hacerse la desentendida de la pasión y felicidad que tenía en ese momento. Y lo que era peor,  se le notaba todo lo que sentía, porque no había forma de disimular su emoción.

Luego de hacer de todo lo que podía  hacer en el portal de  una casa con ese perfecto y galante hombr,  le pidió que la acompañe a su auto. Esa noche terminarían en su hotel no había otra opción, necesitaban  un lugar neutro. A Liz le preocupaba llenar de Max su mundo, no quería poblar de recuerdos cada rincón de su vida. Ella se conocía, luego el sillón de su casa tendría su olor, el balcón le recordaría a Max mirando el hermoso paisaje que se podía observar desde ese punto y todos los comentarios, y de repente cada maldito hueco de su vida estaría impregnada de él. Todavía no lo aceptaba, iría despacio y de a poco, suficiente tenía ella con lo que le pasaba en el corazón.

Max se veía feliz y había aceptado subir al auto pero  no quería soltarla por nada del mundo, cuando ella necesitaba su mano para manejar, él le acariciaba la pierna y la miraba. Por momentos se entre dormía, era obvio que el viaje en avión, el paseo por el parque durante todo el día, la salida nocturna con varias cervezas de más en algún momento tenían que detener a ese chico.

Llegaron al hotel y Max quiso bañarse, Liz lo esperó durante unos minutos y cuando notó que algo no andaba bien se acercó a la puerta del baño para chequearlo.

―¿Todo bien? ― dijo Liz algo preocupada, no se escuchaba nada.

― ¡Max!― volvió a decir y entreabrió la puerta, espiando sin querer ver nada, aún no estaba lista para eso.

Max apoyando su cabeza en uno de los costados de la bañera entre dormido intentó despabilarse y sonrió volviendo a cerrar los ojos.

― Me duermo, estoy muy cansado, tomé de más, creo que vas a tener que ayudarme.― dijo con la seriedad que la situación ameritaba.

Y no era para menos, hacía más de veinticuatro horas que había salido de Buenos Aires, se había caminado medio Londres, había atravesado cada una de las emociones del encuentro y el desencuentro,   y a todo eso,  le había sumado alcohol.

Liz sin saber bien qué hacer terminó de enjuagarlo, mientras él acariciaba una de sus manos.

Luego le alcanzó una toalla sin mirarlo, él hizo un esfuerzo para pararse, ella lo cubrió y lo acompañó hasta la cama. Lo secó como pudo, él no daba más, se acurrucó con las sábanas y antes de dormirse le dijo:

― Prometeme que no te vas a ir, me duermo, ojalá no tuviera que dormir, pero me di cuenta que hace más de un día que no duermo y no puedo más.

Ella asintió con la cabeza y lo acarició, se sacó las zapatillas, el jeans y se acostó a su lado.

No habían pasado diez minutos cuando él se había dado vuelta para abrazarla sin consuelo y ella dormía entre sus brazos como si fueran inseparables.

Ocho horas después el teléfono de la habitación sonó varias veces.

Liz se despertó y buscó rápidamente su teléfono, pasaban de las once de la mañana. Tenía varios mensajes privados de Vero que no entendía, otros mensajes al grupo en el que Max estaba.

Se escondió en el baño para arreglarse un poco  y ver en la privacidad de qué se trataban  todos los mensajes y ahí estaba Maximiliano O'Connor en todo su esplendor,  y Verónica defendiendolo como si fuera su madre.

Abrazado con una rubia, completamente opuesta en lo físico a ella, sonriéndole como un loco en una foto subida a Instagram a las 23:56 de la noche que decía "Londres y el mundo a mis pies". Iba a matarlo,  ¿ qué hacía ella en ese mugroso cuarto de hotel de quichicientasmil estrellas con ese maldito mujeriego, lo odiaba. Liz tenía lágrimas en los ojos y furia en su pecho. El teléfono de la habitación seguía sonando. Se arregló como pudo y salió apurada del baño, soñaba con que él siguiera durmiendo pero no fue así, él hablaba por teléfono y la miró contento al verla salir. Ella se contuvo de volver a salir como una loca que era en verdad lo que quería hacer y esperó a que corte el llamado.

Herederos de la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora