El almuerzo del conejo.

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Finalmente y luego de atravesar la preciosa Avenida Corrientes, toda vallada por arreglos y cortes imprevistos, los hermanos Lester habían logrado estacionar y ahora esperaban a que Vero y Maxi bajaran de una vez por todas para ir a almorzar. Paul había decidido descender del auto para observar de cerca los alrededores y el edificio del teatro Colón que le parecía magnífico, mientras que Liz le avisaba a Verónica que ya estaban mal estacionados a la vuelta del estudio por un mensajito de whatsapp: "Ya llegamos. Apúrense que estoy recontra re mal estacionada y no quiero que me multeeeen!!! 😭"

Mientras tanto, dentro de la oficina, hacía casi tres horas que Maxi se había sentado al escritorio con el fin de cumplir la única tarea que Vero le había asignado para terminar rápidamente los pendientes de la oficina. El plan consistía en dividir entre los dos una cantidad igual de escritos para repartirlos al día siguiente, bien temprano por la mañana, por los juzgados de Capital, y así quedarían libres antes del mediodía y podrían disfrutar tranquilamente del poco tiempo que les quedaba para compartir con Liz y Paul.

Escribiendo en el teclado de su notebook con una sola mano, muy lentamente y con pocas ganas, mientras se sostenía la cabeza con la otra, Maxi intentaba terminar más o menos con su deber, cuando Vero irrumpió en su despacho llevando cinco expedientes apilados, bastante pesados, con ese gesto en el rostro que indicaba que estaba más allá del bien y del mal.

— Y Maxi, ¿ya está? Mirá que Liz está abajo. — advirtió Vero esperanzada de oír una buena.

— Casi. — respondió él sin apartar la vista de la pantalla de su computadora.

— ¿¡Cómo casi!? — La estridente voz de Vero resonó de tal manera que Maxi se sobresaltó, pero no cambió de postura ni dejó de observar su notebook, por lo que, luego de dejar de un solo golpe las pesadas carpetas a un costado, Vero se inclinó hacia él para darle un manotazo en el brazo, provocando que Maxi casi se diera la cabeza contra el escritorio.

— ¡Pero paráaaaa!, ¿qué estamos en el colegio y yo no me di cuenta? — preguntó Maxi sin ganas de pelear.

— Hace tres horas que estás sentado en esa silla haciendo nada, ¡no te pedí que escribieras un tratado de derecho procesal civil, infeliz!, te pedí que, por favor, te ocuparas de los escritos de mero trámite, y conste que te di los fáciles, de esos que son "copiar - pegar" de otros casos parecidos ¡Había que cambiar la carátula y el número de expediente nada más! — lamentó Vero dejándose caer en la silla frente a él.

— Bueno, ¡ya voy!, me falta poco.— volvió a decir Maxi sin ánimo.

— A veces te miro y pienso: ¿Puede Maxi ser más forro en esta vida? Y sí, siempre me encuentro con que la respuesta es que sí, sí y sí, Maximiliano es un egoísta que nunca piensa en su pobre amiga que está cansada, agotada, arruinada, y con el corazón hecho un bollito igual que él.

— Leí Litispendencia y eso me hizo pensar en Liz, y no pude concentrarme más. — confesó él y Vero lo miró confundida, sin encontrar conexión alguna entre aquel término legal y el nombre de su amiga. — "Liztispendencia".

— Maxi, ¿por qué no te vas un poco a cagar? — soltó Vero rendida. — Dame la compu que yo los hago y mientras hablamos un poquito de lo que nos pasa, porque no sé si te das cuenta pero mi pérdida es doble, se me va mi amiga y mi enamorado, los dos el mismo día.

— ¿"Enamorado", Vero?... ¿"Enamorado"?... ¡Felicidades!, te recibiste de señora. Ya sos una vieja hecha y derecha.

— ¡Calláte, boludo sin corazón! — exclamó ella un poco tentada de la risa por los dichos de su amigo, sin dejar de presionar hábilmente las teclas de la notebook de Max.

Herederos de la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora