¿Ahora me das la razón?

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Maxi se quedó pensando por unos minutos en  las palabras de su amiga y en las últimas cuarenta y ocho horas de su vida, los gritos enloquecidos de su madre volvieron a su cabeza a penas vio salir a Vero de la habitación. Marisa, sin mala intensión, había sido la responsable de desencadenar el ataque de ansiedad del que Maxi intentaba recuperarse, recriminándole sin tapujos su comportamiento general en el casamiento de Vero, y en particular, su manera de manejarse con Liz. Había confirmado enrostrándole sin ningún cuidado lo parecido que se había visto a su padre y lo mal que eso era percibido por  el resto de las personas que lo conocían. 

Las palabras volvían a su cabeza angustiándolo nuevamente: "Detestable accionar frente a todo el mundo. Teniendo esa belleza a tus pies, esa fina y delicada chica que te quiere,  fuiste a lastimarla frente a todos. Te trajiste a una ramera para refregarnos en la cara lo ridículo que podés ser, Maximiliano. Tu padre pasaba años arrepiéndose de sus pasos mal dados, pero jamás lo hacía en público ¡por Dios!, no hagas lo mismo que él y mucho menos lo vuelvas a hacer estando yo presente. No podría volver a presenciar algo tan desagradable, porque no solo quedás mal vos, ¡me hacés quedar mal a mí!"... palabras más, palabras menos, esas eran las frases que su madre había repetido hasta que él no había podido más. Era tortuoso de recordar, y había sido una pesadilla vivirlo,  intentaba sacarse esas ideas de la cabeza y las lágrimas rodaban en sus mejillas sin que él pudiera evitarlo.

Mientras tanto, Liz observaba a Vero salir de la habitación como si fuera un perrito desesperado por agua y comida, rogando por novedades. Sus ojos desvanecidos la delataban, padecía de abstinencia de amor del forro de Maxi, ¡era así de simple!, y Vero lo sabía mejor que nadie. Pensando en eso con una mezcla de sensaciones producto del alcohol bebido y la emoción de su propia boda caminó tranquila por el corredor viendo el espectáculo y  se acercó a su amiga para decirle al oído que el aparato de Maximiliano la estaba esperando.

Unos minutos después, Liz, que había intentado conservar la calma por más de tres horas, desaparecía ansiosa por detrás de la puerta de la habitación y todos los que quedaban en la sala de espera festejaron la reconciliación por adelantado. 

En el cuarto Max estaba tapado hasta la mitad de su cuerpo, descansando de costado, jugando con las sabanas y a medio vestir. Tenía lagrimas en su cara y, a pesar de todo eso se veía bien,  más allá por supuesto de su estado psicológico. A Liz ver esa escena le recordó el día del aeropuerto en Londres y no pudo contener sus ganas de darle un abrazo, necesitaba abrazarlo por todo, necesitaba sentir que podían empezar de nuevo y se animó a  hacerlo. Él se dejó abrazar, acariciando una de las manos de Liz y acomodándose de tal modo que dejó libre un costado de la cama para que ella se sentara a su lado.

—¿Qué te pasó?— le preguntó Liz preocupada, y aprovechando que él le daba confianza, sin dejar de sentir su cuerpo en ese abrazo que se extendió indefinidamente.

—Lo de Londres, o algo peor. Me duele tanto lo que nos pasó, no soporto pensar en eso. Verte me hizo saber que yo no quiero estar vivo si no estoy con vos. Venía en el auto y mi mamá me dijo tantas cosas que no pude más. ¡Ojo!, todas verdades dijo doña Marisa. Una verdad atrás de la otra. Se puso muy nerviosa, y con justa razón. No sé porqué hice lo que hice hoy, no sé porqué dejé de hablarte hace unos meses, y no sé por qué no entendí nada de lo que a vos te pasaba. Fue así y ya no puedo hacer nada con el pasado, pero ahora estás acá y no quiero perder más tiempo. El tiempo es todo lo que tenemos y yo quiero pasarlo con vos, y quiero estar bien y quiero volver a lo que teníamos planeado, porque te quiero. Te quiero mucho, Lizandra —dijo Maxi muy angustiado.

—Perdoname, Max —soltó Liz, casi sin voz y con lágrimas en los ojos.

—¿Por qué? —preguntó él sin entender qué podía tener que perdonarle después de lo que había hecho en el casamiento. 

Herederos de la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora