Maxi se dejó caer en una de las tantas butacas del subte, pensando en lo bien que le haría ir a jugar al tenis para descargar un poco de energía antes de verse con Ariel. Su amigo y primo lejano, que había nacido viejo, que se casó con su novia de la secundaria con la cual ya tenía dos hermosas hijas, era el único que podía darle un panorama completo y sincero sobre aquel tipo de vida que Maxi desconocía y nunca se había preocupado por conocer hasta ahora.
La verdad era que un año atrás ni siquiera se hubiera detenido a pensar en esas cosas, pero después de lo vivido con Liz durante su corta estadía en Londres, comenzaba a dudar seriamente si esa vida cómoda y despreocupada de soltero sin remedio a la que se había acostumbrado era realmente tan buena como suponía.
― ¿Maxi?... ¡Maxi! ¡Sii, si, sos vos, Maximiliano O'Connor!
El aludido giró la cabeza hacia esa histriónica voz que aclamaba enfáticamente su nombre, encontrándose a una rubia bastante desabrigada y poco acorde con el clima, llevando un vestido blanco bien corto y escotado, con un saco negro que apenas cerraba su primer botón por culpa del abundante busto y unas botas del mismo color, pero Dana siempre había sido así. Adoraba ser el centro y llamar la atención de todas las maneras posibles desde sus días de estudiante en la facultad, y no le importaba que todo el mundo se diera cuenta.
― ¿Dana? ― preguntó con ganas de bajarse del subte en movimiento.
― Pero me muero muerta, ¡tanto tiempo! ¡Qué alegría! ¿Sabés hace cuánto que pienso en vos? Vengo teniendo ese presentimiento de no sé qué en el pecho desde hace varios días, algo me decía que nosotros nos íbamos a volver a ver. Por ejemplo, voy al supermercado y podés creer que la vista se me va sola a todos los carteles que tienen tu nombre: Maxi Pack, Limpia Max, Rinde Max... ¡Te das cuenta, era una señal!
― Si, puede ser. Es que todo esto se puso medio paranormal desde que estoy de novio, viste. Si, si, me puse de novio justo yo, que nunca me comprometí con nadie pero bueno, alguna vez me tenía que pasar. El universo está confuso y no sabe cómo reaccionar con tanta data nueva. Maximiliano de novio, de novio con Liz, está lleno de lencerías Liz en Caballito y si las ves puede que te den señales de: "Max ocupado por Liz" ― dijo siguiéndole la onda sobrenatural con delirio místico que Dana se empeñaba en sostener. Eso de las señales con su nombre podía ser cualquier cosa menos una señal.
Dana había aprovechado para sentarse a su lado y apoyarse un poquito contra él. Maxi era el ser humano menos pudoroso del mundo pero esa actitud tan invasiva y exagerada, hasta asfixiante podría decirse, siempre le había jodido bastante de parte de ella en particular y de las mujeres en general. Dana siempre había sido hermosa, lindo cuerpo, lindo rostro, bella voz, pero, poco coherente. Ni tonta, ni boba, sino medio alterada y rozando la histeria. Loca.
― Nahhh, ¿en serio? Mirá cómo son las cosas, vos de novio y yo soltera... ¿Es del grupo?¿La conozco? ― preguntó abalanzándose un poco más hacia él, desesperada por una respuesta.
― No, para nada. No, no la conocés. Ahora está viviendo en Londres. ― dijo evitando nombrarla otra vez. Quizás la conocía por intermedio de Vero y no quería que Liz se enterara por terceros de ciertas cosas que él prefería explicárselas en persona.
― ¡Ay, no sabés lo que te extrañé! ― dijo dándole un abrazo al que Maxi no respondió y se quedó derechito, sentado inmóvil y con las manos pegadas al cuerpo.
― ¡Me bajo acá! ―dijo él en un acto de salvación.
― Pero cómo, ¿no seguís un par de estaciones más? ― lamentó mientras vio que Maxi se paraba junto a la puerta de salida, esperando que la puerta corrediza del subte se abriera de una buena vez. ― ¿Vos tenías mi número de teléfono, no? ¿El tuyo sigue siendo el mismo?
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Herederos de la Distancia
RomantizmLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...