Max y Liz durante casi una semana desaparecieron de toda clase de vida social, necesitaban decirse todas las verdades a la cara, amarse y recuperar los meses perdidos para reconciliarse en todo el sentido de la palabra, pero eso no podía durar mucho más tiempo ya que ambos debían retomar sus vidas y resolver tareas pendientes.
Liz comenzó con los trámites de matriculación en el ministerio de salud y desestimó por escrito la propuesta de vender su casa al empresario de la construcción que tenía intenciones de demolerla para construir un edificio. No fue fácil desentenderse del caballero que duplicó su propuesta inicial enceguecido por conseguir el terreno y le reclamó a Liz una indemnización por perdida de chance intentando persuadirla para que cambie de opinión.
Claro estaba que el comprador no sabía que era Maximiliano O'Connor el interesado en conservar la propiedad y que al enterarse de sus molestas intensiones en dos minutos dio por terminado el pleito enviando una carta documento. Liz, estaba agotada, para los primeros días de abril tenía que tener todo resuelto y volver a Londres a cumplir con sus obligaciones laborales, en donde se quedaría hasta julio para definitivamente mudarse a Buenos Aires, ya que el casamiento sería mediados de septiembre.
Por su parte, Maxi había tenido varias consecuencias en su rutinaria vida tras la muerte de Federico O'Connor, no sólo estaba introducido en un tratamiento psicoanalítico profundo para entender el vínculo que lo unía con él, si no que elaboraba su pérdida y comenzaba a comprender con esfuerzo algo del sentido de su vida. Disfrutaba más que nunca su amor con Liz y se esforzaba por atender todo lo relativo al estudio sosteniéndose en Verónica solo si era necesario.
También había vuelto a ver a varias personas de su pasado, gente con la que no había motivos precisos por los cuales estar distanciado, personas que se habían acercado a él para acompañarlo en su terrible pérdida. Una de esas personas era Diego Rivas, un amigo con quién Maxi se encontraría esa mañana en una confitería cercana a la casa de Clara Funes. Liz lo esperaba allí revisando algunas cosas para luego juntos tener la primera entrevista con la decoradora y con los arquitectos que se encargarían de toda la obra de remodelación.
Diego era el hijo mayor de un conocido de Federico del club de tenis y era amigo de Maxi desde el mismo día en que ambos habían puesto un pie en la cancha con apenas ocho años. Habían pasado miles de tardes de sus vidas en la infancia, noches de perdición durante la universidad y muchas más después de recibirse. A partir del reencuentro en el velorio de su padre habían vuelto a frecuentarse, y se habían ido de vacaciones a Río de Janeiro con el gordo Donda, otro amigo con quien Maxi se veía de vez en cuando. Como Diego era contador y especialista en finanzas se encargaría de la contabilidad del estudio jurídico, ya que el contador que Federico había contratado hacía más de cuarenta años iba a jubilarse.
Maxi conversaba con Diego sobre lo que precisaba mejorar en el estudio, y le comentaba también sobre el dinero que necesitaría para remodelar la casa de Clara Funes notando a su amigo un poco distraído entre comentario y comentario. Maxi seguía interesado con sus temas, y le comentaba que creía conveniente pedir un crédito para la remodelación de la casa, ya que usar sus ahorros que estaban en un fondo de inversión en el exterior le parecía un mal negocio de acuerdo a lo que sucedía con la economía del país, pero, Diego no contestaba y lo miraba solo consintiendo.
Luego de un par de intercambios sobre el dinero, Maxi volvió con el entusiasmo que le generaba el tema de su casa nueva y le dijo:
—¡Yo quiero que la casa en la que vivan mis hijos sea espectacular!, no sé si te dije que quiero tener muchos hijos. No puede ser incómoda, cada uno tiene que tener su lugar para que no me pase como con mi papá, que cuando crecí odiaba mi música y todo era un problema. Los hijos son lo mejor que uno puede tener Diego, y hay que pensar en ellos y construirles un buen lugar. Yo creo que si tengo hijos, es para cuidarlos, y eso es algo que siempre supe. Una cosa es que me haya gustado estar de joda, que nunca me haya enamorado antes de conocer a Liz o lo que sea, ¡pero con los hijos no se jode! Siempre me cuidé, y si hubiera pasado algo por error, juro que me hubiera hecho cargo. Creo que mi límite con las chicas fue Liz, pero con todo lo demás de mi vida y de mi independencia, es un hijo. Sueño con ser padre desde que se murió mi papá.
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Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...