Lo que quedaba del martes y el miércoles entero fueron dedicados para hablar, hacer planes y proyectar el futuro de sus vidas para el 2019, Liz con toda esa información mezclada en su cabeza se preparaba tanto física como mentalmente para ir a cenar a la casa de sus suegros, los O'Connor. Le quedaban algo más de 24 horas juntos en Buenos Aires, y estaban intimados a invertir tres o cuatro para compartirlas con esas personas, "en familia", lo que no les hacía nada de gracia. Pero había sido inevitable oponerse a la invitación, ya que Marisa le había asegurado a Maximiliano que era urgente, y cuando ella decía la palabra urgente, había que obedecer. No hablaron mucho en lo que demoró el viaje de Caballito a Recoleta, la tensión de saber que no les quedaba mucho tiempo juntos los incomodaba, generando en ellos una sensación de malestar interior que ninguno de los dos podía acallar.
Intentando disfrutar las horas a favor, Liz aprovechó para mirar la ciudad de noche por la ventanilla. Amaba las noches primaverales de Buenos Aires y amaba pasear en auto con Max por la ciudad, algo que nunca había hecho con un novio "de verdad" Una vez en el edificio de los O'Connor todo se puso un tanto más tenso para ella y, mientras iban en el ascensor, comenzó a arreglarse el vestido, observando su reflejo en el espejo. Max la abrazó por la espalda y le dijo al oído: "No te preocupes, no va a pasar nada. Son mis padres, no pueden ser peores que yo. Te quiero", y esas palabras le bastaron para entender que no había nada que pudiera hacer para que ese chico abandonara el amor que sentía por ella y que en verdad debía estar relajada.
Liz estaba arreglada con su habitual estilo clásico y sencillo, usando un vestido suelto y casual de mangas tres cuarto color blanco, con estampados rosa y gris pastel de una tela finísima que Marisa, un poco encolerizada, fantaseó arrancar de ese débil y flacuchento cuerpo apenas la vio entrar. Marisa siempre había sido la linda de la familia, y que llegara esa aparecida de Londres, vistiendo a la moda y sacándole el puesto, ¡era inaceptable!; el que Liz se apropiara de su pequeño Maxi ya era un hecho, pero que la corriera del lugar de belleza argentina era algo que no iba a soportar.
— ¡Pero qué lindo tu vestido! — Había gritado Marisa sin esperar, luego de saludarla con un beso y dejar sordo de un oído a Maximiliano.
— Gracias. Es muy fresco, ideal para este clima. — contestó Liz algo aturdida también.
— Pasen, los esperamos en el living. Papá se está terminando de arreglar, Maxi. — dijo Marisa después y su tono de voz cambió.
— ¿Todo bien, mamá?— preguntó él percibiendo algo raro en el aire.
— Más o menos, Maxi. Papá y sus estudios. Algunos valores dieron mal y hay que repetir un análisis. Queremos hablarlo con vos y bueno, con ella también, ya que ahora es tu novia. Una futura O'Connor, al fin y al cabo. — comentó Marisa en un tono que prometía buenos términos y que involucraba a Liz en algo familiar, para lo que ella no estaba segura de estar preparada, pero estaba ahí y debía escuchar cuál era esa verdad no revelada.
— Mamá me hacés preocupar, ¿le pasa algo más a papá? — preguntó Maxi recordando el acuerdo que habían firmado hacía tan solo una semana, en el que el estudio jurídico y los casos que había quedaban a cargo de Verónica y él.
— Hijo, él no está bien, yo te lo venía diciendo. Papá tiene casi setenta y tres años, Maxi, hay algunas cosas más que la rodilla que le están pasando. Ahora lo hablamos, ¿sí? Sabés que no le gusta que hablemos por atrás.— dijo Marisa seria, y por primera vez, Liz la vio como una mujer bella y ubicada, y supo que era cierto lo que Max le había dicho en el ascensor. Marisa no podía ser un monstruo si era su madre, y el acting de la fiesta era evidente que había sido producto de los nervios y de toda la situación en general.
La cena fue muy amigable. Habían pedido comida judía ya que algunas especialidades eran beneficiosas para la dieta que debía llevar Federico y disfrutaron de un vino kosher que a Liz le había encantado. Luego, habían pasado a los sillones y, mientras Max comía helado como si fuera la última cena demostrando su estado de ansiedad, Marisa preparaba café, y Liz hablaba con Federico notando que algo en él estaba mal. Ella le hablaba de un tema y él respondía compenetrado en la respuesta, para luego quedarse en silencio y mirándola a los ojos, sin saber qué más decir; Liz retomaba el tema entendiendo que el señor no lo hacía con intención y otra vez quedaban a media marcha las conversaciones.
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Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...