Todavía no entendía absolutamente nada de lo que acababa de pasar. Maximiliano jamás en la vida había pasado por tantas emociones juntas, todas diferentes y tan arrolladoras como las de esa tarde en Hyde Park.
Por un lado no podía quejarse, tenía razón, no se había equivocado en nada cuando al conocerla por apenas unos minutos, imaginó que Liz era la indicada para él. El reencontrarse no había hecho más que confirmar lo que ya sabía pero no se animaba a creer, estaba enamorado. Había disfrutado pasar la tarde con ella, escucharla relatar algunos de los datos que Valentina había compartido durante su última llamada telefónica, descubrir lo que la hacía reír y poder ver más allá de la seria mujer de vestido rojo que había visitado su estudio jurídico en Buenos Aires. Era bella, cálida y sencilla, cualidades que jamás había buscado en una mujer pero que sin dudas, hacían de Liz la mujer perfecta para él.
Pero, ¿qué había pasado después? Cuando todo parecía bien encaminado y vio la oportunidad ideal para besarla, Maxi se había aproximado a su boca, casi rozando sus labios, teniendo presente aquel pedido de Liz que demandaba, por favor, distancia. Así fue cómo con tan solo inclinarse un poco a su altura y al recibir el visto bueno de Liz quien cerró sus ojos en segundos a la espera de aquel contacto, Maxi la había besado de la manera más suave y dulce que conocía, es decir, que acababa de descubrir que conocía, porque nunca antes un beso había logrado generar algo tan profundo en él.
Liz se había dejado besar sin oponer resistencia alguna, disfrutaron mutuamente de un largo contacto entre besos, mucho más profundos y tiernos que derivaron del primero, junto a caricias que Maxi había limitado a un simple contacto porque no se había olvidado de las palabras de Ariel: Ese viaje era para conocerse y apuntar a una amistad, con miras de algo más por supuesto, pero amistad al fin.
Quería tomarse con Liz todo el tiempo que fuera necesario para conocerla bien, con calma, como "corresponde" le diría su amigo. Por eso mismo su accionar lo confundió tanto después. Liz se separó de él como si quemara, espantada y casi sin poder respirar. Sentía que le faltaba el aire pero no solo por el beso, sino por lo que ese beso generaba en ella y el saberse consciente del después. Enamorarse, distancia, amar y sufrir... un espiral que se repetía generación tras generación en el destino de cada Funes Collins que pisara el planeta tierra.
Un beso que había sido hermoso para él, terminaba de la peor manera para ella.
Sentado en la habitación del Hotel, Maximiliano se devanaba los sesos pensando en qué había hecho mal. "Todo" se contestó mentalmente. Parecía ser que con el desplante de Liz comenzaba a pagar, una por una, varias cagadas que se había mandado en el pasado.
― Hola, Vero. ¿Podés hablar? ― soltó en un suspiro. ― No sabés lo que nos pasó...
― ¿Pero vos tenés idea de la hora que es en la República Argentina, Maximiliano?
― La besé. Nos besamos. En en Hyde Park... a Liz.
Verónica abandonó el cobijo del cubrecama y se sentó de un envión, ésto de enterarse a medias y a las tres de la mañana sobre un hecho tan trascendental, la había descolocado por completo. Si su amiga no había dado señales de vida para contarle tremendo notición y Maxi buscaba conversar justamente con ella después de semejante evento, trayendo ese tono pinchado y muy poco característico de él, probablemente, por más beso que se dieron, todo indicaba que las cosas no habían salido según lo esperado.
― Momento, momento, momento... ― dijo alargando las palabras para ganar tiempo y así despertarse del todo. ― ¿Desde cuándo vos me llamás para contarme sobre tus conquistas amorosas?
― Vero, no la entiendo.
― Maxi, sabés que te recontra re mil adoro pero no puedo estar en el medio. No puedo opinar.
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Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...