La tía Valentina había elegido el Salón Versailles, el que tal como su nombre lo indicaba, ostentaba una decoración de estilo Luis XV que combinaba a la perfección con las mesas redondas correctamente dispuestas por todo el salón con capacidad para doscientas ochenta personas.
Lo primero que hizo Liz al cruzar la entrada del salón fue buscar con la mirada a Josefina y a su tía Valentina, dejaría de darle lugar a la madre de Max para dedicarle tiempo a quien era la homenajeada y realmente valía la pena, con todas las cosas lindas que habían hablado en esa última llamada por teléfono a la distancia, ahora que estaba en Buenos Aires, siendo el día de su cumpleaños.
Caminó aferrada a la mano de Maxi, cruzando el salón de punta a punta hasta llegar a la mesa principal en donde más de una persona esperaba su turno para saludar a la homenajeada. Cuando fue su momento, la señora dejó escapar un suspiro lleno de anhelo, y se puso de pie para darle un beso y un abrazo a cada uno.
— Ay, Liz, ¡qué bueno que pudiste venir!
— No me iba a perder tu cumple, tía. Te lo prometí por teléfono, tenía muchas ganas de verte. ¿Te acordás que te comenté que había conocido a un O'Connor?, bueno, es él, Maxi, el hijo de Federico O'Connor, que también está invitado. Ahora seguro te viene a saludar.
— Si ya me parecía, ¡tan churro que es! Igual a Nico y a mi tío Martín.
— No lo halagues mucho que éste se agranda enseguida, tía.
— No me agrando. Es el encanto que tenemos los O'Connor, nada más.
— Tu abuelo Martín estuvo en mi casamiento porque no solo era primo de mi mamá, ellos eran íntimos amigos, y yo, su sobrina predilecta ¡Para esa época él ya estaba recontra casado, con hijos y todo, eh!, pero entre las chicas solteras se armó un revuelo de Dios y María Santísima... Decí que él estaba muy enamorado y solo tenía ojos para tu abuela, en eso Martín salió igual al padre. Cuando yo lo conocí a tu bisabuelo Nicolás, él ya era un señor grande y sin embargo... Bello, bello, de esos que son para sufrir.
Liz quedó en silencio, impresionada al escuchar de boca de su tía la misma frase que se había cruzado por su mente durante su caminata hasta el bar.
— Liz, querida, si ya con teléfono de por medio me hacés acordar a mi abuela, vos en persona sos toda una Funes. Tan linda. Si yo les muestro lo parecidos que son a sus antepasados no lo van a poder creer. Traje un par de cositas pero las tiene Josefina, yo después se las pido y seguimos charlando.
— Sí, tía. No te hagas problema. Seguí saludando a los invitados, que tenés que dedicarle un poquito de tiempo a todos. — dijo Max.
— Después quiero preguntarte algo sobre mi tatarabuela Clara. Viste que yo con mi mamá no podía ni hablar del tema, y la verdad es que me gustaría saber algo más.
— Clara... Ella era la tía de Valentina, mi madre. Clara es otra que tiene historia de sobra para contar ¿Quién era Clara Funes? Era toda una adelantada para su época, porque se mandó unas cuantas que en ese entonces escandalizaron a medio Buenos Aires. Cuando esté liberada de todo este asunto de los saludos te termino de contar. — aseguró Valentina con sus voz temblorosa.
— Gracias, tía. — dijo Liz antes de volver a darle un abrazo. Valentina era cálida y amorosa, y se desvivía por colmarla de atenciones que ella no esperaba. Se conocían poco, casi nada, pero parecía que Valentina había esperado su presencia en esa fiesta con muchísimas ganas.
Liz estuvo sentada durante toda la cena en la mesa junto a sus "suegros", rótulo que una y otra vez repetía en su mente y no le terminaba de cerrar, con Paul y Vero, con su bellísimo novio Maxi que había sido todo un éxito y no dejaba de ser admirado por su enfermiza madre y por varias personas de las mesas cercanas, había una pareja más, de personas mayores con la que casi no llegó a intercambiar más que agradecimientos y miradas. Marisa monopolizaba la palabra casi todo el tiempo impidiendo a veces que otros hablen, ¿y Verónica?, era tan raro lo que pasaba con su mejor amiga y la familia de Maximiliano, le seguía tanto la corriente a los dos padres de Maxi que había dejado de ser gracioso. La culpa no era de Vero, la culpa era entera de Marisa Anchorena y Vero por quedar bien hacía lo que podía y la complacía. Maximiliano había observado paciente toda la ceremoniosa escena y había dicho en voz baja a Liz:
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Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...