Pasaban de las siete de la tarde de otro gris y lluvioso viernes en Londres. Liz había estado ansiosa esperando el fin de semana y no había contestado a un solo mensaje de los sesenta y tres que Max le había enviado, tenía dos motivos por los cuales hacerlo: su maldita testarudez que la mandaba a no hablar con desconocidos, y porque en verdad tampoco sabía qué contestarle a este chico en particular.
"Analizando el whatsapp"..., como le gustaba decir cuando tonteaba con una amiga y hablaban de relaciones virtuales con chicos que casi no conocían en la vida real, llegó a la conclusión de que Max no era demasiado atrevido. Más allá del comentario sobre el escote que nunca existió, todo lo demás era completamente normal y eso la tranquilizaba. Se había topado con cada enfermo a lo largo de sus años de vida amorosa virtuales, que por regla general intentaba evitar ese tipo de contacto hacía bastante tiempo. Por otro lado, la cantidad de mensajes era con sinceridad un temita para pensar, había límites, cinco mensajes, exagerando, diez, pero más de sesenta... era too much y hacía ruido desde donde se lo mire.
A Liz también le llamaba poderosamente la atención que en algunos mensajes preguntara cosas cotidianas como por ejemplo: qué comería o si le gustaba la lluvia, eran cosas que sin dudas evidenciaban su costado interesado por el otro aunque de un modo infantil, también podía ser que estuviera nervioso y mezclara un poco todas las cosas. Luego de releer los mensajes y sonreír con algunos, extenuada por el trajín laboral, aún medio atormentada por el debate permanente de ideas en su cabeza y por los contradictorios sentimientos que Max generaba en ella, pensó que la mejor opción era indudablemtente llamar a Verónica.
Su amiga no daba información precisa sobre el sujeto aunque le dejara claro que él no era recomendable, pero la lógica y el corazón casi nunca van de la mano y a Liz esas respuestas no le alcanzaban. Quería armarse un mapa situacional antes de volver a comunicarse con él, ya que sabía perfectamente, que tarde o temprano le contestaría, solo que esta vez estaría preparada.
En cuanto llegó a su casa, puso música, acomodó su maletín y buscó el teléfono de la nieta de Lucrecia Funes, su tía Valentina de unos 96 años de edad. Ella era el familiar más añoso que le quedaba en la tierra, con quién había entrado en contacto por el tema de la sucesión después de que su madre falleciera ya que precisaba unos papeles que solo la mujer podía tener, y habían entablado una amistad con Josefina, una mujer muy amigable, de unos cuarenta y cinco años, que era algo así como una prima en cuarta generación. Necesitaba conocer sobre algunos temas sobre los que Maximiliano le había preguntado y aunque desde ese primer contacto, charlaban de vez en cuando por medio de mensajes o algún llamado telefónico a Liz comunicarse le traía añoranza, todo lo que su madre nunca le había contado aparecía en aquellas charlas y ella se sentía parte de una familia que por culpa de actitudes de su madre no había podido disfrutar. Se armó de valor, inspiró con ganas haciendo una respiración consciente para recuperar energías antes de marcar el teléfono y lo hizó.
_ Tía Valentina, soy Liz, ¿cómo te va?
_Qué alegría mi querida_ dijo Valentina con su tipico tono de voz alegre y tembloroso.
_Llamé a Josefina para que te avise que iba a llamarte, ¿te avisó?_ Liz gritó un poco, a la abuela le fallaba la audición pero entendía perfectamente todo.
_Si, mi querida, me contó todo y me puse tan contenta, me encanta oírte ¿Te dije que el tono de tu voz me recuerda a la voz de mi madre?, ¿sabías que mi madre y mi abuela tenían la voz parecida? Vos tenés ese rasgo en común y es muy lindo escucharte, gracias por llamarme, me dijeron que seguís en Londres_ aclaró la señora con itnerés.
_ Sigo en Londres y ya me dijiste de la voz, me vas a hacer llorar de nuevo, me encanta llamarte pero me da nostalgia, me dan ganas de estar más cerca. Cuando me contás que me parezco a las Funes me agarra algo en el pecho_ dijo Liz acongojada, era muy tierno hablar con Valentina y ahora se arrepentía de no haberla visitado en su corta estadía en Buenos Aires. _ Quería preguntarte sobre algo, quizás vos ya no te acordás pero me animo _continuó Liz interesada.
ESTÁS LEYENDO
Herederos de la Distancia
RomanceLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...