Josefina, la hija de Valentina, quien años antes había dedicado tardes enteras de su vida a recolectar información de cuanto descendiente existiera para confeccionar el árbol genealógico de las Funes, se había encargado de enviar las invitaciones a todo pariente, amigo y conocido que quisiera a su madre, para celebrar junto a ella su nonagésimo quinto cumpleaños.
Los padres de Maxi se habían contactado con él, no solo para avisarle que estaban invitados al cumpleaños debido al lejano parentesco que unía a Federico con Valentina, sino más bien para averiguar qué mesa les habían asignado. La interesada y poco paciente había sido Marisa, quien no aguantaba las ganas de salir de dudas respecto a Liz de una buena vez, porque saber si compartiría o no mesa con la mujer que había logrado conquistar el corazón de su hijo, para ella era cuestión de vida o muerte.
— Hijo, ¿me oís? — preguntó Marisa, intrigada por el reinante silencio al otro lado del teléfono.
— Sí, má. Te escucho. — respondió un Maxi con ganas de desaparecer.
Lo sospechaba. Maxi sabía que Josefina los iba a embocar en la misma mesa, pero durante todo ese tiempo había decidido mantenerse en un estado de completa ignorancia por su propio bien. Siempre que su madre estaba en medio de alguna situación que lo involucraba directamente a él, Maxi creía que el desconocimiento pleno era la mejor manera de disminuir y controlar la ansiedad. "Si no lo sé, no está pasando; si no lo pregunto, no me contestan; si no indago, no lo descubro; es mejor enterarse de todo cuando estemos allá" se había repetido mentalmente durante toda la tarde, pero Marisa, sobrina de la Condesa Stella Acevedo Anchorena de Deym, y ante todo madre de Maxi, no era de las que sabían esperar. Tampoco sabía cómo no hacerle pasar vergüenza a su hijo pero ese era otro tema que Maxi intuía, probablemente, le pasara al groso de la población mundial, y nada tenía que ver con su madre.
— ¡Qué lindo! La misma mesa, Maximiliano. No te va a quedar otra que presentarme a la misteriosa Liz, espero que esté a la altura de las circunstancias.
— Presentarles, con esssses muchas, ¿o papá no va? — preguntó un poco preocupado.
Desde aquel día que se habían encontrado por casualidad, y los tres pasearon juntos y cenaron por Recoleta como solían hacer años atrás, Maxi se había quedado con una sensación extraña en el pecho en relación a su padre. Estaba bastante intranquilo respecto a su salud, y eso lo tenía más inquieto de lo que hubiera imaginado meses atrás. Algo había pasado ese día, que a pesar de todas las diferencias que todavía existían entre ellos, Maxi había aflojado un poco en razón de la imagen y los reproches que tenía hacia su padre.
— Sí que va, ¿cómo no va a ir? ¡Justo tu padre! Decí que está con la medicación a rajatabla y no puede beber ni una sola gota de champagne, pero con mirar a las meseras del salón le alcanza y le sobra.
— Bueno, —dijo un poco incómodo por recibir de rebote los comentarios sobre las conductas pasadas de su padre. — Les presento a Liz allá. Lo único que te pido, por favor, Marisa, es que no empieces con tu delirio de monarquía y realeza porque me muero de la vergüenza. Liz es super sencilla y se va a sentir incómoda con todas esas cosas, y mi cuñado también, es medio cortante conmigo pero como ahora es el "amigovio" de Vero y a ella también le interesa quedar bien, no quiero que se sienta raro. O sea, en resumen: Control, Marisa, autocontrol; para "Dinasty" está la serie de TV de los '80. A los visitantes de Londres ese cuento no les importa, y a Vero y a mí, menos que menos porque ya nos conocemos las historias de tu familia de memoria. Esta noche es de la tía Valentina y seguro van a hablar mucho de la familia de ella, no quieras sobresalir.
— Mirá Maxi, si esa chica está invitada a tremendo hotel no es ninguna sencillita, no cualquiera celebra su cumpleaños o es invitado al Alvear Palace porque sí. ¡Ah!, y otra cosa, fijate bien qué ropa llevan puesta los hermanitos londinenses, que cualquier error hace quedar mal a toda la mesa y ahí sí que me muero. ¡Qué feo lo que decís de tu madre, Maximiliano O'Connor!, debería quedarme en casa y dejar que vayan solos, si tanto voy a molestar, si tanta vergüenza te doy, si tanto querés mezquinar a Liz y no presentármela. ¡Vos, mi único hijo, haciéndome semejante desplante!
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Herederos de la Distancia
RomantizmLa resolución de ciertos asuntos legales hacen que la psicóloga Liz Collins, residente en Londres, se vea obligada a viajar de urgencia a Buenos Aires, su ciudad natal. Solo dos minutos han pasado dentro de la misma habitación con el abogado Maxi...