13. La casa de mis padres

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Eran las cinco de la mañana, hora chilena y estábamos exhaustas. En mi caso, no soportaba el dolor de cuello que se había provocado por estar sentada durmiendo sobre un asiento que a pesar de los almohadones que te dan para que estés «cómodo», realmente no lo llegas a estar.

Mis piernas me dolían, al igual que el trasero y lo único que quería era dormir a pensar que mi cuerpo reclamaba movimiento.

Estuvimos al menos un rato en una cafetería del mismo aeropuerto para poder desayunar y en mi caso tomar un café, ya que así lograríamos perder un poco de tiempo.

No creía que mi padre estuviese preparado del todo para recibirnos en casa a las seis de la mañana, así que por eso fuimos pacientes para desayunar.

Salimos del aeropuerto a las seis y treinta y cinco de la mañana, para tomar un taxi.

Le di la dirección al taxista de la casa de mis papás. La verdad es que el viaje era largo, pero estábamos tan cansadas que prefería mil veces gastar el triple de dinero que posiblemente gastaría tomando un autobús.

El viaje hacia mi antiguo hogar estaba durando ya una hora. Amanda veía por la ventana atenta a todo su alrededor. Más de tres veces me dijo que le gustaba lo que veía.

Sentí muchas emociones cuando vi que estábamos entrando al lugar donde viví toda mi infancia.

Muchas cosas habían cambiado.

Demasiadas.

Recordaba que aquella esquina había una casita muy pequeña y antigua, hoy es una casa grande de dos plantas con paredes de finos acabados.

—Hemos llegado—anunció el chofer del taxi.

— ¿Cuánto es?—le pregunté mientras buscaba mi cartera.

— ¿Es aquí?—preguntó Amanda asombrada mirando a la casa que estaba al frente de ella por su ventana.

El hombre me mostró la máquina que mide el kilometraje y le pagué. Por dicha había cambiado algunos euros por pesos en el aeropuerto.

Amanda y yo nos bajamos del auto. El chofer nos ayudó a bajar las maletas y nos dejó ahí en medio de la acera y del solitario residencial.

Todo estaba en silencio.

Era como si aún todos durmieran o ya no viviera nadie aquí.

Era bastante triste y lúgubre.

— ¿Es aquí?—preguntó Amanda de nuevo al ver la casa que estaba enfrente de nosotras. Era ya una casa antigua. Todo en ella estaba muy deteriorado por el tiempo. Había cambiado tanto.

—Sí—la miré a ella. La cual hizo un gesto de desconcierto—. Vamos, tu abuelo debe de estar ya despierto.

—Ok—dijo ella tomando sus maletas y caminando a mi lado por la acera, hasta llegar al umbral de la puerta principal.

Toqué el timbre eléctrico varias veces, hasta que escuché unos pasos provenir de adentro de la casa.

Eran lentos, y algo ruidosos, como cuando una persona arrastra los pies. Debía de ser papá.

Tenía miedo de verlo. No sabía lo cuanto quizás había cambiado.

Tenía un enorme nudo en la garganta al imaginármelo con canas y muy arrugado.

Había estado mucho tiempo lejos de ellos. Y tenía esa nostalgia de que quizás por haberme ido había perdido mucho tiempo para estar junto a ellos.

Tu RecuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora