Capítulo 9

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Mirando a la pizarra delante de mi, tacho al atracador uno y dos, que yo misma maté.
Me giro hacia mi compañero y al mirarle, recuerdo algo que desconozco.
—¿Cómo murió el atracador al que perseguías tú? —Sus ojos profundamente negros suben desde el informe de sus manos y me enfocan.

Se incorpora en su sitio y me examina con cautela antes de responder a mi pregunta.
—Me apuntó con el arma y tuve que disparar. —Dice sin más, volviendo su mirada a los papeles.
Tacho al secuestrador tres y suspiro.
Es un camino sin retorno.

No tenemos nada. Absolutamente nada. Tres hombres muertos sin pasado aparente. Testigos que se niegan a hablar y ninguna relación entre el Club que desmantelamos y estos.
—¿Y que hay del dueño del local?
—Cuestiono. De un golpe, cierra el informe.

—¿Vas a volver a preguntarme eso, Snow? Un tío mayor, de unos sesenta años. Vive en Francia desde hace tres. Le ingresan el alquiler del local cada mes, sin retrasos. Todo en negro. No hay más, Snow. —Mordisqueo mi labio y comienzo a negar.

—Estoy harta de este caso. —Expreso.
—Al menos sabemos que tenemos muertos a tres de cinco. —Chasqueo la lengua.
—¿Cómo sabemos que eran ellos? No tenemos pruebas. Puede que los verdaderos atracadores les pagaran para vigilar la zona. —Refuto. Una vez más, las dudas crecen en forma de nudo en mi pecho y retengo conmigo una valiosa información que podría dar la vuelta al caso.

Y debería hacerlo. Acabar con esto de una jodida vez.

Pero hay una parte de mi, milésima, casi inexistente, que me grita que no lo haga. Y le hago caso. Claro que le hago caso.

Cierro la puerta tras de mi y oigo el interruptor de una luz.

Ahí está él, esperando entre las sombras.

Se adelanta para agarrar mi cintura y sonreír contra mi cuello. Apreto los dientes. Estoy lo suficiente enfadada como para que su toque no me afecte en lo absoluto.
—Buenas noches, Agente Snow.
—Aparta el cabello de mi cuello y deja un beso húmedo en mi piel.

Su aliento cálido me eriza de pies a cabeza. Su brazo se pone sobre mi hombro y cuando lo hace, aprovecho la posición para agarrar su brazo, pasar mi cabeza por debajo de este y ponérselo en la espalda. Hago presión, se lo retuerzo sin piedad.

—¡Mierda, Cait! —Exclama y su tono se tiñe por el dolor. Una sonrisa satisfecha se dibuja en mis labios.
—¿Tan poco te gustó lo del otro día, preciosa? —A pesar de estar en una comprometida posición, no deja de ser un cerdo arrogante.

—Me gusta más hacerte daño... —Le aseguro y retuerzo aún más su extremidad.
Tras unos segundos así, el juego deja de parecerme divertido y alzo mi pierna para darle una patada al tiempo que lo libero.
Se levanta y comienza a sobar su enrojecido brazo.

—Largate de mi casa. —Gruño y me doy la vuelta para abrir la puerta.
En un gesto rápido, noto un tirón en mis brazos.
Entonces, un metal frío se cierra alrededor de mis dos muñecas y oigo un 'click'.

Mierda. Mierda. Y más mierda.
Acaba de esposarme. Acaba de esposarme con mis putas esposas.

¿Cómo hace siempre para quitarme cosas sin que me dé cuenta?
Primero mi pistola. Ahora mis esposas.
Y no olvidemos aquella vez que me metió una tarjeta en el bolsillo y lo noté mucho después.

—¡Quitame estas putas esposas, maldito capullo! —Forcejeo inútilmente y todo lo que logro es que se ría en mi cara.
Sin poder defenderme, agarra mi cintura.
—¿Sabes por qué no te disparé en esa terraza, Caity? —Apreto la mandíbula y sin querer, me muerdo la lengua. Un sabor a metal se abre paso en mi cavidad bucal.

—Porque me pareciste un animal... Herida y peligrosa. —Susurra contra mi oído.
—...Y ahora entiendo porqué. Esos capullos no te valoran ¿Eh?
Pero si me preguntas a mi...
No hay nada que yo no haría por ti, Caity.  —Forcejeo otra vez, tratando de alejarle.

—¿Por qué esa obsesión conmigo, cerdo? ¿Es que ninguna mujer te quiere entre sus piernas? —Su cuerpo vibra cuando suelta una carcajada profunda.
—No lo sé, dímelo tú. Tú me has tenido entre tus piernas. —Susurra, bajando la voz. Noto un escalofrío y las piernas me tiemblan por un segundo.

Sus manos rápidas se cuelan en mi jersey y acarician mi espalda.
No suspires, Caitlin. Resiste.
Van tan despacio, se recrean tanto que me desespera.
Quiero matarlo. Y que no pare nunca.

Llegan hasta el cierre de mi sujetador y giro el cuello para mirarle. Nuestras orbes conectan. El ardor creciendo.
—No... —Susurro. Creo hacerlo.
Pero el broche de mi sujetador cede.
Quiero creer que bajo los hombros como una expresión de desánimo pero cuando las tiras flojas de mi sujetador se caen, empiezo a creer que tal vez no lo he hecho de forma tan involuntaria.

La prenda interior cae hasta estancarse en mi jersey metido dentro del pantalón. Pero el ojiverde tira de él y lo deja caer en el suelo.
Ahora, más descubierta y más a su disposición, dejo caer el cuello hacia atrás.
Sus manos se cierran sobre mis pechos y gimo.

Mi cabeza se apoya en su hombro. Ojos cerrados.

—¿Qué sabe el FBI de mi, Caitlin?
—Susurra. Y comienza a mover sus dedos. Sacudidas de placer me hacen perder el poco control que me quedaba. Pero no respondo.
—¿Qué sabe el FBI, Caitlin? —Me repite. Tan concentrada en sentir, tan loca porque vaya a más, mi boca deja de reaccionar a la voz interna que me grita "no digas nada"

—Nada. —Mi voz suena desesperada y ronca como jamás lo había hecho.
Ni siquiera logro reconocer quien soy.
—¿Vas a delatarme, Caitlin? —Sus manos apretan mis pechos y me estrello aún más con él.
Puedo sentir en la parte baja de mi espalda el bulto de sus pantalones.

—No. —Respondo en un gemido. Sólo quiero girarme y bajar el zipper de esos vaqueros ajustados que lleva.
Sólo quiero que lo haga y que lo haga rápido porque no puedo contenerlo.

Y justo cuando creo que va a ocurrir, sus manos dejan mi cuerpo y salen de mi camiseta.
—Eso es todo lo que quería saber.
—Desconcertada, abro los ojos.

—¿Qué? —Del bolsillo de sus jeans saca las llaves de las esposas y las deja sobre la mesa de mi salón.
—¿Vas a... —Aún desconcentrada, no soy capaz de distinguir lo que ocurre y tampoco de terminar mis frases.
¿No va a dejarme así, verdad?
No puede dejarme así.

Una sonrisa ladeada nace en su rostro.
—"¿Es que ninguna mujer te quiere entre sus piernas?" —Con diversión, cita mi frase.
Niego. Niego rápidamente.

—No. No. No puedes... —Le pido y me acerco a pasos apresurados hasta él. Pero no hay mucho que pueda hacer con las manos esposadas.

—Buenas noches, Agente Snow.
—Abre la puerta y simplemente, desaparece por ella.

Chicos ¿Qué os parecería que participara con "Right In Front Of You" en los Wattys? O al menos lo intentara porque no como funciona.
🙌🙌🙌🙌🙌

CRIMINAL. Snowbarry. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora