Capítulo 19

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Según conduzco dentro de la calle, las sirenas policiales se hacen más y más intensas. Mi ceño se va frunciendo un poco más a cada metro que las ruedas de mi coche recorren.
Un furgón blindado se prepara para el asalto y noto que las manos comienzan a sudarme sobre el volante.
Me bajo del coche y tomo aire. Ignoro todo a mi alrededor y subo escaleras arriba.

Cuando lo hago, miro hacia el despacho de mi compañero.
Ventanas y puerta cerrada.

No pego ni aviso antes de abrir la puerta y cuando lo hago, mis ojos se centran en la televisión de plasma que todos observan.

Un hombre alto, armado y con la cara tapada. No se le puede distinguir.
Frente a él, un guardia de seguridad.
La arma del hombre alto se dispara y la sangre del guardia mancha las paredes.
El corazón me da un vuelco cuando el hombre se desploma en el suelo, muerto.

La grabación es confusa y la imagen es de escasa calidad.

Tengo que secarme las manos en el pantalón y mi boca se abre sin mi permiso, tratando de ingerir más oxígeno.

—Han vuelto a actuar y esta vez han matado a un hombre. —Mi compañero apaga la grabación y sale por la puerta, empujando mi hombro en el trayecto.

Ahora el revuelo tiene sentido.
Han matado a un hombre.
¿Pero cómo es posible?

Una parte de mi quiere creer que la grabación no es real. Que las cosas no ocurrieron como parece que lo hicieron.
Pero al mismo tiempo es demasiado claro para ser una confusión.

La cinta es de tan mala calidad que no puedo distinguir si el atracador -y ahora asesino- es Barry.
No puedo confirmarlo pero tampoco puedo descartarlo.

Las náuseas suben desde mi estómago y tengo que llevarme la mano a la boca para contener el vómito.

Pero ¿Por qué ahora? Han atracado docenas de veces y nunca habían matado a nadie. Ni una sola persona.
¿Qué es lo que ha cambiado ahora?

Saco mi teléfono del bolsillo y presiono la lista de llamadas.

Número oculto.
Número oculto.
Número oculto.
Número oculto.

Mierda.

Vuelvo a bloquearlo y me lo llevo al bolsillo.

No puede ir al club de stripteases ahora y tampoco al polígono. Los dos lugares están bajo vigilancia policial.
Hay un sólo lugar donde puedo encontrarle.

Mi casa.

Cuando la luz del salón se enciende, una llamarada de miedo se aviva en mi interior.
¿Y si no es el mismo hombre que creía conocer?
¿Y si ahora ya no es sólo un atracador si no también un asesino?
Puedo dejar que un atracador se escape. Incluso acostarme con él.
Pero la sola idea de dejar libre a un asesino me revuelve el estómago.

Cuando le veo, algo en mi interior se rompe.
Su mirada firme y fija, su expresión seria. Ni rastro de su clásica sonrisa.

Utilizando algo que he aprendido de él, recorro la distancia que nos separa y hago el amago de tocarle.
Cuando quiere darse cuenta, ya hay unas relucientes esposas alrededor de su muñeca.

Me quema, me arde hacer esto.
Pero por una vez tengo claro de que es justo lo que debo hacer.

—Has matado a un hombre. —Le recrimino.
—Caitlin... —Deja salir un suspiro y niega, agachando la cabeza.
Vamos Barry, demuestrame que me equivoco.

Por favor, demuestralo.

—Está muerto, si. —Confirma. Y una presión se apodera de mi pecho.
El aire deja de pasar con fluidez a mis pulmones y siento la enorme necesidad de gritar.

Comienzo a retroceder al mismo tiempo que él comienza a acercarse.
Pero no encuentro la fuerza para decirle que se aleje.

—Caitlin... —Vuelve a susurrar.

Mi sentimientos son una combinación de rabia y desesperación.
Pero sobre todo, son de confusión.
No lo entiendo. Simplemente no lo entiendo.

Las esposas salen de sus manos con mucha facilidad. Como si fuera un niño jugando.
¿Cómo hace siempre para que todo parezca tan fácil?

—Caitlin. —Repite una vez más. Pero su tono no es de advertencia esta vez si no de autoridad. Me insta a dejar de mirar sus manos y mirarle a él.
—Yo no mato. ¿Lo recuerdas? Yo no mato. —Telegrafía las últimas tres palabras, mirando fijamente para aumentar el efecto.

Y juro por Dios, que hay honestidad en su mirada.

Acorralada, tanto dentro de mí como fuera, no respondo y le dejo hablar.

—Hay algo más. Mucho más. —La forma en la que sus labios se abren suavemente para hablar y como su mirada esmeralda me examina, hace que me distraiga lo suficiente para no reaccionar cuando las esposas acaban en mi mano y en el pomo de la puerta.

El pomo es lo suficiente grueso para no poder escapar.

—No lo hice yo. —Me jura. Comienzo a forcejear con la puerta, sintiendo como incrementa la ira dentro de mi.

¿Por qué me esposas si no fuiste tú?

—¡No! —Grito y mi cuerpo tiene espasmos según forcejeo más y más.

—No lo hice yo. —Repite por última vez antes de llevar su mano a mi cabeza y besarme.
Casto y fugaz.

Justo igual que él.

Y se escabulle entre las sombras, cual fantasma.

¡¡Que ganas tenía de este capítulo!!

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CRIMINAL. Snowbarry. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora